Las crisis son también buenas oportunidades y esta vez el presidente en turno volvió a desperdiciarla.
Unos días
antes de los errores de diciembre de 1994, Roberto Salinas León escribió en el
periódico El Economista un memorable artículo pidiéndole al entonces recién
estrenado presidente Zedillo que no devaluara la
moneda.
Ante los
temores de un ajuste exabrupto del tipo de cambio, el Dr. Salinas sugería que
se exploraran otras alternativas que podrían ser más efectivas y menos costosas
para detener la cuantiosa fuga de capitales de aquellos tiempos. La idea era
básicamente recuperar la confianza de la comunidad internacional en la economía
mexicana, a pesar de la coyuntura política.
Para eso se
requería un auténtico “shock de confianza”, y qué
mejor que avanzar decididamente algunas de las reformas estructurales que
habían quedado pendientes. Aprobar una reforma fiscal que nos urgía, o una reforma
energética integral, o mejorar la legislación laboral, o impulsar una agresiva
apertura comercial, incluso unilateral si era necesario, hubieran posiblemente
recuperado la fe en nuestra economía y varios capitales podrían haber regresado
o permanecido en el país. Cierto, eso significaba un desafío enorme, era pensar
en grande. No sucedió.
Ahora
enfrentamos una crisis financiera cuyo epicentro no es nuestra economía; una
economía que aquella crisis de los noventa nos obligó a fortalecer. Tenemos un
sector bancario-financiero más sólido, cuentas externas manejables, finazas
públicas ordenadas, prudencia monetaria y un endeudamiento externo
relativamente bajo. Además, los ciclos económicos entre Estados Unidos y México
comienzan a separarse.
No obstante,
afrontamos un escenario global muy complicado y adverso, que impactará
desfavorablemente el sector real de nuestra economía. Y, sin embargo, la
confianza sigue siendo un factor clave; una lección al parecer olvidada.
Los
mexicanos todavía necesitamos avanzar importantes reformas estructurales;
cambios profundos que verdaderamente apuntalen la economía. Requerimos una
reforma educativa que eleve la calidad y por lo tanto la productividad de la
mano de obra, una reforma laboral que incentive el trabajo en vez de
castigarlo, una nueva ola de desregulación que facilite el ambiente de
negocios, etc.
Las crisis
son también buenas oportunidades y esta vez el presidente en turno volvió a
desperdiciarla. Era el momento de impulsar valientemente una reforma no sólo
petrolera, sino para todo el sector energético. O por qué no consolidar de una
vez por todas la reforma fiscal eliminando de tajo ese
impuesto confiscatorio que es el ISR, extendiendo el IETU a todos los
contribuyentes y realizando una transformación presupuestal a fondo. ¿No
considera el lector que eso habría significado un fuerte shock
de confianza en nuestra economía?
¿Qué es lo
que se les ocurrió en cambio? Una mediocre propuesta de reforma a PEMEX que no
ayuda en nada, la resurrección del keynesianismo mediante aumentos reales al
gasto público y absurdos programitas de “política contracíclica”
de probada ineficacia, modificaciones jurídicas para hacer legal el déficit
público, la manipulación del tipo de cambio mediante el uso de las reservas
internacionales y agregue usted lo que se acumule en la semana.
En fin, todo
lo chiquito.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.