Rima con reto y con riesgo en todos los sentidos, excepto en el poético. El 2009 será un año de los acostumbrados: un año en que viviremos en peligro.

Mi generación es experta en sobrellevar catástrofes económicas provenientes del gobierno, sólo que en esta ocasión viene del gobierno de Estados Unidos. Nuestra vernácula experiencia de algo nos habrá servido; entre otras cosas, saber ejercer nuestro derecho a la legítima defensa contra las tropelías del exceso de poder, sea orgullosamente nacional o irremediablemente global.

Habrá que agregar a nuestra lista de prevenciones un grandilocuentemente llamado Acuerdo en favor de la Economía Familiar y el Empleo.

Este unilateral “acuerdo” no toca las grandes trabas a la economía familiar y el empleo pero ejerce el gasto público, el presupuesto, los precios que cobra el gobierno. Por ejemplo, congelan la gasolina al estilo Telmex, que durante años presumió de que no subía las tarifas, pero en el resto del mundo bajaban. Claro, los teléfonos en México son de los más caros del mundo. Y la gasolina nada tiene que ve con los precios del petróleo.

Baja la energía eléctrica; bien, pero el “servicio” de Luz y Fuerza del Centro seguirá siendo ridículo. A su sindicato no lo tocan; a ningún sindicato.

Lo importante del “acuerdo” es lo que no dijeron. No tocaron los impuestos. El IETU subió al 17%, como estaba planteado, pero no bajó la tasa del impuesto sobre la renta, que también estaba prometida: para 2009 ya debería ser 26% y no 28%. Ni una facilidad fiscal ni tregua a la ferocidad del SAT contra empresas chicas y grandes, como han hecho en otros países para paliar la crisis.

Por ejemplo, si una pyme no tiene dinero para pagar un pasivo, en su declaración anual el cargo a resultados no será deducible, con lo cual atropellan por partida doble: no poder pagar un gasto, y pagar impuestos ¡a la iliquidez! También seguiremos pagando con el factor de utilidades del año pasado, aunque este año haya pérdidas. Y —perdamos o ganemos— seguiremos anticipando pagos ¡mes a mes!

Tampoco tocó este “acuerdo” la promesa más incumplida, reducir la demencial tramitología que obliga a las empresas (especialmente a las pequeñas) a dedicar una proporción infame de sus costos a cumplir con complejidades, especialmente fiscales.

Tampoco hablaron de fiscalizar a los privilegiados: líderes, sindicatos, o visibles políticos y marchadores profesionales. Toda la presión fiscal va rigurosamente contra los de siempre. Por algo nos llaman cautivos.

Lástima que Calderón y su gobierno imiten al PRI y a la ideología del PRD en su gestión pública: con gasto, presupuesto, programas a base de dinero de impuestos; en apoyar los giros que se les ocurran con sus bancos de “desarrollo” y monopolios de luz y petróleo y demás, y —más gravemente— en el déficit presupuestal con que los diputados creen que lograremos una gran prosperidad.

¿De qué habrán servido los sacrificios de una generación para conseguir finanzas públicas sanas? No por achirrepetida pierde validez la máxima de que el hombre es la única bestia que se tropieza una y otra vez con la misma piedra; se descalabra con lo que lastimó a padres y abuelos hasta Adán y Eva. Y sigue el Congreso decretando déficit público. Y el “acuerdo” obliga a ejercer ese deficitario presupuesto.

Nadie en el PAN, aparentemente, sabe de economía. No sabe su gobierno “neoliberal” (lo que eso quiera decir) que el dinero en manos del ciudadano y que no se le quita con impuestos y mordidas siempre se usa mejor y tiene un efecto multiplicador al menos 50% mayor que el administrado por burócratas de irremediablemente pegajosas manos, quienes presumen que saben mejor como servir al público porque eso dice su descripción de puestos. No conciben que los impuestos bajos mejoran la recaudación. Mucho menos entienden que la sobrerregulación fomenta la mordida, impide la competitividad y nos hace lo que somos como país: incompetentes.

Lo más lamentable no es que Felipe Calderón no sepa economía, sino que la delegue a estatistas, sindicalistas, gobiernistas y priistas con desconfianza en la capacidad creadora del ciudadano y de la empresa, especialmente la pequeña; facilitarán algo el crédito pero jamás le alivian la carga improductiva. Sólo entienden de conveniencias políticas a plazo de pasado mañana. Cero grandeza ante esta oportunidad. Cero generosidad histórica. Y las promesas de campaña que a muchos nos hicieron abrigar un cuidadoso optimismo se quedan en el cajón oxidado de los recuerdos obsoletos y la revivida decepción. Lo importante es cobrar impuestos. Ejercer gasto deficitario. Hacer chorros de obras oficiales luego de sacarnos dinero.

Al reto que será signo de los años (no sólo el 2009) habremos de agregar —como siempre— el reto de defendernos de nuestros defensores. Del gobierno.