El objetivo de proteger el empleo es un despropósito, cuyo resultado es la antieconomía, es decir, el despilfarro de recursos.
Nuestros legisladores nos informan
de los esfuerzos que han hecho, en estos tiempos de recesión, para proteger el
empleo, algo que, sin dedicarle más análisis, parece correcto, por todo lo que
el empleo significa, desde lo psicológico (saberse útil) hasta lo económico (ser
capaz de proveer). Sin embargo, analizando con detenimiento el objetivo de
proteger el empleo, resulta que es un despropósito, cuyo resultado es la antieconomía, es decir, el despilfarro de recursos. Lo que
se debe hacer es promover la creación de empleos productivos, no la protección
de empleos que, si requieren ser protegidos, es porque no son productivos,
siendo por lo tanto antieconómicos.
El progreso económico significa que
lo bueno sustituye a lo malo, lo mejor a lo bueno, y lo excelente a lo mejor, a
lo largo de un proceso que Schumpeter llamó de
destrucción creativa, misma que alcanza no solamente a los bienes y servicios y
producidos, sino a las personas que los producen, lo cual quiere decir que los
buenos trabajos sustituyen a los malos, los mejores a los buenos, y los
excelentes a los mejores, todo ello determinado por la productividad, sobre
todo económica, que se define como la capacidad para producir aquellas
mercancías que los consumidores demandan. Más allá de la productividad ingenieril, definida como la capacidad para hacer más con
menos, lo que importa es la productividad económica.
Supongamos que, por obra y gracia del
proceso de destrucción creativa, aparece en el mercado la mercancía X, que
sirve mejor, que la mercancía Y, a los consumidores, razón por la cual estos
sustituyen Y por X. ¿Qué quiere esto decir? Que todo el trabajo utilizado en la
producción de Y resulta, desde el punto de vista económico, improductivo,
porque se dedica a producir una mercancía que los consumidores ya no necesitan.
¿Cuál es la solución al problema? En primer lugar, la eliminación de esos
trabajos improductivos y, en segundo término, la creación de nuevos empleos
productivos. Dicho de otra manera: la sustitución de trabajo improductivo por
trabajo productivo, es decir, el paso de la antieconomía
(uso de trabajo en contra de las necesidades de los consumidores) a la economía
(uso del trabajo a favor de las necesidades de los consumidores). En pocas
palabras: el paso, en materia laboral, de lo malo a lo bueno, o de lo bueno a
lo mejor, o de lo mejor a lo excelente.
¿Qué sucede si el gobierno decide
proteger el empleo de quienes se dedican a la producción de Y?
Independientemente de cómo lo haga (hacer que puede ir desde el subsidio a la
producción de Y, obligando a los contribuyentes a pagar por lo que, como
consumidores, no estarían dispuestos a desembolsar un peso, hasta la
prohibición de despedir trabajadores, obligando a los empleadores a pagar un
trabajo por el cual, sin la prohibición, no pagarían un peso), el resultado es
siempre el mismo: la preservación de una mala asignación del trabajo, en contra
de la productividad, sobre todo la económica.
Proteger el empleo, sobre todo
cuando la protección la brinda el gobierno, no tiene sentido. Lo que sí lo
tiene es la promoción de empleos productivos, promoción que pasa,
irremediablemente, por la promoción de la inversión, lo cual a su vez reclama
la competitividad del país, entendida como la capacidad para atraer, retener y
multiplicar capitales, competitividad que en México deja mucho que desear, con
una calificación de 7.4, y el lugar 60 entre 134 países, según el Índice de
Competitividad Global, del Foro Económico Mundial, competitividad que depende
del marco institucional, reglas del juego que son responsabilidad de los
legisladores a quienes, en general, el tema les tiene sin cuidado. ¡Por eso
estamos como estamos!
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.