El efecto Fox consistió básicamente en que la figura del antes carismático actual presidente tuvo un peso decisivo en las elecciones del 2000. Es decir, que una personalidad electoralmente atractiva, identificada con el ciudadano común a través de un discurso llano, representó más votos a favor del PAN que los que hubiera logrado el partido con otro candidato.

Este efecto ya hace tiempo que terminó, en parte porque Fox-candidato representaba el cambio, pero ahora representa al status quo. Sin embargo, la falta de un eje rector de las políticas públicas dictadas desde el Ejecutivo más la escasa preparación de su titular para asumir un puesto de tal responsabilidad, son factores que han incidido en revertir dicho efecto. Fox, que antes sumó votos al PAN, puede que ahora le reste.

Por cierto, no estoy hablando de los programas asistenciales, que lamentablemente debido a la pobreza en México se siguen traduciendo en réditos electorales, sino específicamente al impacto negativo en la preferencia electoral hacia el PAN que Fox puede representar actualmente.

Si el día de hoy terminara el sexenio, habría muchos errores que destacar del presidente, que si bien es cierto no pueden considerarse pequeños, al menos no parecen ser tan profundos como aquéllos que originaron el Fobaproa, el error de diciembre o un levantamiento armando en Chiapas. Pero el conjunto de estos errores ayudan a explicar el efecto anti-Fox. Que también está relacionado con la escasa institucionalización histórica del poder y la alta personalización del mismo, que en vez de disminuir aumentó en el sexenio que se acerca a su fin.

Un efecto favorable al PAN se ha tornado negativo debido a que para la opinión pública el presidente representa el fracaso del cambio esperado, así como muchos de los errores de su gobierno. Por un lado se malentiende un proceso de transición con un personaje específico, y por otro el gobierno mexicano sigue siendo monstruosamente grande, ineficiente e ineficaz, y Fox heredó un siglo de mal gobierno. En esas condiciones tenía un escaso margen de maniobra, pero entonces ¿cómo logro personalizar los errores de todo un gobierno?

Lo primero es que nunca distinguió su responsabilidad como prometido y esposo de la primera dama, de la responsabilidad de ser el presidente la república. Nadie añora a las primeras damas en segunda fila, pero tampoco nadie quería una primera dama con tantos pantalones, protagonismo e injerencia en las políticas públicas y un presidente tan mandilón. Me pregunto además si Fox sabía de los movimientos de los hermanos Bribiesca, que para la opinión pública ya son culpables, independientemente del desenlace político-judicial de la investigación parlamentaria.

Este escándalo es particularmente dañino para el presidente y su familia, y por lo tanto para su partido.

Otro punto que ha fortalecido el efecto anti-Fox es su constante enfrentamiento estéril con López Obrador. Él era uno más de tantos gobernadores (en este caso Jefe de Gobierno), por lo que no merecía tanta atención, pero al brindársela lo fortaleció electoralmente, y al no poder operar el proceso de desafuero quedó como un perdedor.

La política exterior del actual sexenio es otro factor que ha dejado en ridículo al presidente y seguramente se traducirá en menos votos para el PAN. México tiene un servicio civil de carrera, una tradición y una escuela diplomática, de los mejores del mundo; es más, es muchísimo mejor que la española.

Pero no, Fox quiso reinventar la política exterior y olvidó el arte, la ciencia de la diplomacia, y nuevamente fracasó. Fidel lo chamaqueó, Bush ni lo peló, Chávez lo insultó, Evo lo reprendió, el Papa lo recibió por la puerta de atrás y en venganza se tomó una foto pueril, ¿seguimos?

En síntesis, la falta de claridad y capacidad de operación en la política interna se reflejó en la exterior, al grado de convertirse en esquizofrénica; esos arranques de enojo en la cumbre en Argentina y de defender al presidente Bush contra viento y marea, para hacer declaraciones en su contra a las dos semanas no tienen ni pies ni cabeza. Es claro que no obedecen a una política pública con objetivos específicos, sino a vaivenes de su personalidad, que ahora es contraria a los intereses de su partido.