Las ideas comunistas no han desaparecido, se han transformado, sólo que ahora aún más destructoras que antes. Lo peor es que vivimos en un mundo más comunista que capitalista y creemos que es al revés.
Karl Marx
dividía, básicamente, al mundo capitalista en dos clases:
La propuesta comunista, para “vivir mejor”, era que el
Estado controlara los medios de producción, como una forma de emular que los
obreros fueran dueños de su propia producción, de tal manera que el reparto de
la utilidad se llevara conforme a las capacidades y necesidades de cada obrero.
El Estado se convertiría en una gran cooperativa.
No hay que darle vuelta al asunto, el comunismo propuesto
por los marxistas ha fracasado, no generó los resultados prometidos y aún al
día de hoy sigue fracasando en los países que albergan esta ideología.
El problema es que las ideas comunistas no han desaparecido,
se han transformado, sólo que ahora aún más destructoras que antes. Lo peor es
que vivimos en un mundo más comunista que capitalista y creemos que es al
revés. Los políticos y los medios de información nos hacen creer que el
capitalismo es la perdición, mientras el comunismo avanza cada vez más,
quitándonos nuestro principal derecho: nuestra libertad.
La máxima del Estado comunista sigue siendo la misma,
controlar los medios de producción. La mejor forma de controlarlos es muy
simple, se está haciendo en este momento, desde hace un tiempo y en cualquier
parte del mundo: controlando la demanda de productos y servicios.
Implícitamente el comunismo siempre ha sido así, el fin ha
sido, en todo momento, controlar la demanda. En un Estado comunista, los
ciudadanos no pueden decidir qué es lo mejor para ellos, no deciden qué comprar
y mucho menos pueden decidir qué vender. Hoy en día, los gobiernos –incluso los
que se hacen pasar por capitalistas– intentan
controlar la demanda.
Las principales formas de controlar la demanda es por medio de la emisión de dinero, los impuestos o los
subsidios.
Con el control en la emisión de dinero, se puede manejar, a
nivel macro, la capacidad de compra de los individuos. Es posible generar la
ilusión de estabilidad o incluso, si es necesario, se puede crear
inestabilidad. Al fin, el culpable puede ser el capitalismo; cuando en un
verdadero capitalismo no debe existir un control sobre la emisión del dinero
por parte del Estado.
Los impuestos son útiles para controlar, por ejemplo, lo que
se vende internamente en un país. Con ello se puede someter a los empresarios
que no se adaptan o no quieren ser cómplices del régimen. Los impuestos
arancelarios, que aparentemente son útiles para el crecimiento interno, son en
realidad una forma de control entre el gobierno y los empresarios no
capitalistas (aquellos que en contubernio con los gobiernos, invierten sin
riesgo, sin competencia), para que no entren productos que en el exterior se
producen más baratos; obligando a los ciudadanos a comprar productos caros,
producidos por empresarios corruptos, auspiciados por políticos corruptos.
Los subsidios son mecanismos para apaciguar a los
ciudadanos, para crear la ilusión de que “sí funciona”; a la vez que,
aparentemente, abaratan los productos y servicios, orillando a los ciudadanos a
consumirlos en perjuicio de productos y servicios no subsidiados, eliminando
así a la competencia.
El asunto de todo esto, es que no nos estamos dando cuenta.
Los políticos comunistas van a paso lento, pero seguro. Cuando menos lo
pensemos, ya vamos a estar inmersos en un cúmulo de políticas comunistas, con
la fachada de capitalismo.
En resumen, la fórmula es sencilla: políticas para controlar
la demanda de productos y servicios, empresarios no capitalistas y ciudadanos
conformes con su derecho limitado a decidir por sí mismos.
No es necesario controlar a los medios de producción, cuando
puedes controlar lo que la gente consume.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.