Durante los últimos años se ha puesto de moda la medición de la libertad económica o lo que es lo mismo de la productividad, pero se vende mejor en comparación internacional y entonces llegamos a los índices de competitividad. Pero todos estos índices intentan medir el desempeño de las empresas de un país o del gobierno de un país, poco hacen por medir la libertad observada por los individuos. De esta forma se explican la presencia de Suecia, Finlandia, Singapur u Hong Kong como países punteros en el mundo, pero habría que ver qué tan libres se sienten los habitantes de estos países, con impuestos de hasta 60% o con penas de azotes por grafitear o sin ningún tipo de libertad política, son pues meros índices de competitividad.

Varios autores han propuesto que muchas de las libertades no son mensurables pues operan en beneficio de todos sin necesariamente tener un impacto sobre el crecimiento económico, como puede ser la libertad de prensa o el vivir en una democracia. Otros se inclinan a pensar que por ser medidas de carácter tan amplio nunca se van integrar como parte de la competitividad pues son a muy largo plazo, es decir no basta con cambiar las leyes para que surtan efectos, por tanto no tendrán efectos visibles.

Otros en cambio proponen que su medición es posible y que son las razones que explican por qué los estadounidenses, canadienses o alemanes siguen entre los países punteros, no importando lo que hagan Corea del Sur o Eslovaquia, que son los que más reformas hacen. No existe acuerdo sobre la medición o sobre el nivel de impacto de las reformas, pero queda claro que hay todo un grupo de medidas que hacen al país más desarrollado y civilizado, además de que hacen a sus ciudadanos sentirse más libres.

Se trata pues de que la libertad no la regalan, se consigue, se trata pues de que la libertad se siente y una de esas medidas son lo derechos políticos o el acceso a la información, pero también el derecho a saber lo que puedo y lo que no puedo hacer, o cuánto cuesta hacer cada cosa y tener certeza de ello en el tiempo, pero más importante es el poder saber que es mío y cuánto me cuesta mantener mi patrimonio. Traducido, es un nivel de precios estable, derechos de propiedad definidos, impuestos claros y fáciles, y un largo cúmulo de etcéteras que hacen a los ciudadanos capaces de afrontar responsabilidades y riesgos, en otras palabras tener la posibilidad de emprender sin hacer apuestas temerarias. Esto es para algunos analistas el marco institucional.

Para los mexicanos la libertad parece ser etérea o bien se obtiene por los hechos, y es que ser libre en nuestro actual esquema institucional es poco menos que imposible: pagar impuestos es una verdadera locura, son altos, difíciles de cumplir y nos restan mucho tiempo de hacer para poderlos pagar (existen demasiadas obligaciones fiscales), obtener un titulo de propiedad o un documento que nos acredite es una odisea o un fraude, depende cómo se vea, pues entre pagar a los notarios, gestores, hacer los interminables trámites, se nos va la viada y para colmo tenemos la sospecha permanente de que nos van a expropiar, nos van a expoliar, nos van a invadir o nos van a vender papeles sin valor, falsos chuecos o en el límite de lo lega e ilegal. Pero para muchos, cada vez más, la libertad está al alcance de la mano y no cuesta nada, pues el gobierno no puede actuar, no quiere actuar o se compra para que no actúe y nos deje hacer comercio, fabricar mercancías, otorgar préstamos o rentar vivienda, sin que nadie nos moleste, no se pagan impuestos, no se reciben prestaciones, pero se pude emprender ante los altísimos costos y bajos beneficios de cumplir con nuestra leyes.