Uno de los asuntos más tristes de la vida es comprobar cómo las ocurrencias nefastas provocan entusiasmos insospechados y concitan consensos entre las corrientes políticas e ideológicas que, en apariencia, son más divergentes.

Hoy en México tenemos a una variopinta colección de politiquitos de medio pelo, analistas despistados y negociantes urgidos de que algún burócrata les evite el fracaso, diciendo que hay que añadirle al banco central la misión de promover el crecimiento económico.

Así, al decir de estos ocurrentes, el Banco de México, amén de salvaguardar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda (misión cumplida sólo a medias, pero para cuyo incumplimiento ha encontrado preciosos pretextos), deberá promover el crecimiento económico y la generación de empleos, facilitando, desde el terreno de la política monetaria y mediante el expediente del “dinero fácil”, la expansión de los negocios.

Es un disparate que merece ser puesto en su lugar, es decir: En el cesto de la basura que es donde deben reposar, bien muertas, las malas ocurrencias.

Empecemos por los antecedentes históricos, que estos ocurrentes -¿a alguien le sorprende?- ignoran.

En 1946 nació en los Estados Unidos la FEA. Esto es: la Full Employment Act que ordenaba, desde el Congreso, que el gobierno federal debería procurar el “pleno empleo” tan caro a Lord John Maynard Keynes y a sus discípulos keynesianos. Así empollaron, dicho en el lenguaje de las metáforas cultas y extraviadas, “el huevo de la serpiente”. Años después, en la década de los años 70, y a la vista del creciente desempleo acompañado de inflación (la economía del diablo, como la bautizó el economista francés Alfred Sauvy), un señador, Hubert Humprey junto con un representante (el equivalente a un diputado) llamado Augustus Hawkins, “perfeccionaron” el disparate y parieron la Full Employment and Balanced Growth Act –FEBGA– que el presidente Jimmy Carter –un tonto bien intencionado lleno de iniciativas que aún sigue haciendo daños a la democracia y a la libertad en el mundo– tuvo a bien firmar el 27 de octubre de 1978.

En la ley doble H (Hawkins-Humprey) se ordenó que el gobierno y, ojo, las autoridades monetarias (esto es, la Reserva Federal, que es el banco central de los Estados Unidos, nacido en 1913), deberían procurar explícitamente cuatro objetivos incompatibles entre sí: 1. El pleno empleo, 2. El crecimiento de la producción, 3. La estabilidad de precios, y 4. El equilibrio tanto en la balanza fiscal (ingresos y egresos del gobierno), como en la balanza de pagos. De esta forma, se selló, para el banco central de los Estados Unidos, lo que incontables analistas han llamado el “mandato dual”: Buscar, a la vez, la estabilidad de precios y el crecimiento económico.

En el largo plazo, no se trata de objetivos incompatibles, porque la estabilidad de precios es precondición del crecimiento económico estable y sostenido. Pero en buena lógica, si el banco central tiene que cuidar con un ojo que las tasas de interés –por ejemplo– impulsen la creación de empleos y con otro ojo tiene que cuidar que el crecimiento de los medios de pago no promueva la inflación, acabará por descuidar un objetivo en aras del otro. Primero: tendremos un banco central bizco; el mejor ejemplo de un banco central con estrabismo visual es la gestión de Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal. Atenazado por el miedo a la recesión (y al “qué dirán” de los políticos) Greenspan le dio rienda suelta al “dinero fácil” ocasionando, primero, la sucesión de burbujas especulativas, después, el estallido de dichas burbujas, que se tradujo en una crisis financiera sistémica de proporciones gigantescas y que culminó con la extensa y profunda recesión global que hoy padecemos.

Una enseñanza práctica que deberían aprender de memoria todos los que se dedican a la política, a los negocios o incluso a la dirección de una familia es que quien tiene más de una prioridad, no tiene ninguna. Cuando hay dos o más prioridades, nada es prioritario. Sólo hay un primer lugar en el orden de prioridades, no hay sitios de honor compartidos. Dicho en la forma tradicional de la cultura judeo-cristiana: “Nadie puede servir a dos amos”. Si el banco central pretende servir a la vez al poder adquisitivo de la moneda y al dinero fácil para estimular la actividad económica y el empleo, no servirá a ninguno, acabará quedando mal con los dos. Le pasó a Greenspan y le pasará a cualquier banco central que se le imponga, desde la voluntariosa tribuna de la retórica política, una misión dual.

No le corresponde al banco central crear empleos o ayudar a crearlos. Le corresponde garantizar que su producto, la moneda, sobre el cual tiene por desgracia el monopolio, no se vicie, ni se desmande, no se convierta en humo o, dicho en términos muy mexicanos, de los tiempos de Venustiano Carranza, que el dinero no se vuelva bilimbique. Contaba el historiador José Fuentes Mares que cuando Carranza ordenó retirar de la circulación la plata y el oro amonedados para que fuesen canjeados por papel moneda –billetes de banco de cuyo poder adquisitivo, con justa razón, la población desconfiaba- aparecieron escritos en algunas paredes del centro de la ciudad de México unos ingeniosos versitos que condenaban con gracia la ocurrencia:

“El águila carrancista

Es un animal muy cruel:

Se come toda la plata

Y caga puro papel”.

Enojado el supremo gobierno anunció que pagaría una recompensa a quien delatase al autor de los versitos subversivos. A lo cual, el mismo ingenioso versificador, u otro igual de talentoso, contestó con una nueva pinta:

“¿Recompensa?,

¿Y con qué será la paga?,

¿Con lo que el águila come

O con lo que el águila caga?”

Si le ponemos al Banco de México un mandato dual, volveremos a los tiempos de los bilimbiques, del dinero que vale menos que el papel en el que está impreso.

Puestos a proferir ocurrencias los políticos mediocres de todos los partidos, los lidercillos dizque “empresariales” (negociantes a la busca de subsidios y apoyos con dinero de los contribuyentes) y los sesudos analistas instantáneos (de esos que les echas un chorrito de agua y obtienes un café), podrían ser más ambiciosos: ¿Para qué un mandato dual para el Banco de México?, mejor, de una vez, un mandato cuádruple:

1. Que busque la estabilidad monetaria,
2. Que busque el crecimiento económico,
3. Que garantice la felicidad del paisanaje, y
4. Que garantice la igualdad entre los sexos.

Si vamos a ponernos de ocurrentes, ¿por qué limitarnos?