Una vez más el campo se convierte en un campo de batalla en el cual se baten oportunistas, demagogos y ese zoológico producido por los largos años revolucionarios, todos buscando beneficios políticos pero a costa del campesino y, más grave, a costa del sufrido consumidor quien es el que verdaderamente no aguanta más.
Si hay alguna actividad a nivel mundial que desafíe las más
elementales leyes de la lógica, la razón y el sentido común, sin duda es la
agricultura. Desde el inicio de la revolución industrial provocando una voraz
demanda de mano de obra que reclutaba del campo, los gobiernos del mundo
identificaron la agricultura como el problema a resolver iniciando sus
proyectos de apoyos y rescates que han sufrido tal metamorfosis, que hace lucir
al pupilo del Dr. Frankestein como un apuesto galán
apuntalado en Hollywood. Sin embargo y como siempre,
en México esa telaraña mundial se ha desarrollado con especial empeño y ahora
que los mexicanos se apuntan para ganar algunos Oscares, y el de la demencia
agropecuaria debe ser nuestro sin discusión.
La humanidad ha vivido tres etapas de desarrollo y estamos
iniciando la cuarta. La primera fue la llamada de recolección y caza; la
segunda dio inicio con el descubrimiento de la agricultura cuando el ser humano
pudo domesticar algunos animales y cultivar la tierra; la tercera fue la
revolución industrial nacida en los países que descubrieron el liberalismo
retando la economía basada en la agricultura y el feudalismo. Finalmente, el
mundo ha iniciado la revolución de la informática, del conocimiento, del
capital intelectual. Con ella está también naciendo lo que se le ha llamado el
Estado Virtual; el país moderno del siglo XXI al cual ya no le interesa
controlar territorios lo cual ha sido la causa de la mayoría de los conflictos
bélicos a través de la historia.
En un editorial del Wall Street Journal de 1984, aparece
una cita de un funcionario de
Yo siempre he sido un gran creyente de la gran aportación
que puede hacer la historia para definir, identificar y, sobre todo, evitar la
repetición de eventos que nos han afectado de forma negativa. En estos momentos
en nuestro país se vive lo que se ha llamado la “Crisis del Campo;” sin
embargo, ello no es un evento reciente, no es tampoco un evento que haya sido
provocado, como muchos lo quieren identificar, por el tratado de libre comercio
con EU y Canadá.
Ilustrémonos con algunos datos estadísticos. Desde el inicio
del TLC los EU han desgravado casi el 70% de los productos agropecuarios
provenientes de México, y Canadá casi el
90%, mientras que México sólo ha liberado el 35% de los productos americanos y
el 40% de los canadienses. Pero profundicemos aun más en la “grave crisis” que
como plaga anuncian nuestros demagogos provocará esta etapa siguiente de
apertura del mercado mexicano.
México exporta $2,700 millones de dólares de hortalizas y
$600 millones de frutas, a cambio sólo importa $976 millones de cereales y $965
millones de oleaginosas, lo cual le produce un superávit en su balanza
comercial agropecuaria. En estos datos no incluimos la ganadería, la cual
siempre ha producido saldos a favor.
Aun cuando pienso que los subsidios son la peor medicina
para una economía enferma, hablemos ahora de ellos. Los EU subsidian al campo
con el 0.18% de su PIB mientras que México dedica casi el 3% del suyo. El PIB
agropecuario de EU es de 470,000 millones de dólares cuando el de México es de
36,000 millones. Si dividimos los subsidios agropecuarios de EU entre el valor de
su producción, nos arroja que la cifra es de 5.6 centavos de dólar de
producción, mientras que en México la cifra se nos dispara a 9.8 centavos por
cada dólar de producción. Si llevamos a cabo este análisis por hectárea,
resulta también mucho más alto el subsidio mexicano. Es aquí donde salta el
problema de base y se llama productividad y rezago en inversiones. El
porcentaje que la agricultura aporta al PIB del país es del 5% cuando se
destina casi el 3% para apoyarlo; es decir, casi el 50% del valor de la
producción.
Durante los últimos años el Estado mexicano ha incrementado
los recursos al campo de forma agresiva y a un ritmo superior al crecimiento de
la economía—y seguimos graves. Durante el último año de la administración de Zedillo el presupuesto de
El campo en México sufre pero no por la voracidad del TLC,
sufre a causa de políticas erróneas a través de las cuales se privilegió el
control político a base del corporativismo y la corrupción, sacrificando a
nuestros campesinos. El tratado de libre comercio estableció plazos que le
permitieran a México prepararse para competir y sobre todo; “aprovechar la
oportunidad,” pero hemos desperdiciado ese tiempo y ahora se pretende culpar a
la actual administración de las omisiones del pasado.
Es intrigante el que la preocupación de demagogos y
redentores emerja cada mes de enero por algo que se negoció hace casi 20 años y
las protestas públicas sean de quienes realmente resultan menos afectados. Una
vez más el campo se convierte en eso; un campo de batalla en el cual se baten
oportunistas, demagogos y ese zoológico producido por los largos años
revolucionarios, todos buscando beneficios políticos pero a costa del campesino
y, más grave, a costa del sufrido consumidor quien es el que verdaderamente no
aguanta más.
En una segunda parte propondremos las soluciones de mercado.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.