Yo vivía en Roma cuando el 30 de octubre de 2000 recibí de un amigo una llamada telefónica que me entristeció muchísimo; había muerto súbitamente Ikram Antaki. Redacté casi automáticamente este texto, que hoy a diez años de distancia comparto con mis amigos en recuerdo de una mexicana ejemplar, que lo fue más porque no nació por accidente en este país sino que lo adoptó, lo amó, y lo mejor de todo: lo educó.

Así te lo digo: a Dios. Poco hablé contigo de ese tema favorito mío, la religión y la espiritualidad. Siempre quise —te lo dije— una plática profunda sobre ello. Me la debes. Ve a Dios, Ikram: acaso ya lo hayas visto, y algo más hayas aprendido en este día. Cómo quisiera, hoy más que nunca, platicar de eso contigo. ¿Me escuchas? ¿Pero cómo podrías hacerlo?

Ve con Dios, querida amiga. Más ancho habrá de ser desde hoy tu mundo, más amplia tu agnóstica razón. Bien hacías en dudar, si certeza no podías tener. Y siempre envidiaste a quien tiene el beneficio de la fe, con esa especie de certeza que no conociste. Sin fe, todo es preguntas.

Preguntas me hacías, o más bien, toritos me echabas. Buenas, intensas tardes pasamos allá en tu casa del cerro, platicando ante tus conchas, tus figurinas griegas y sirias, tus collares; encendiendo leños en la chimenea, comiendo miniberenjenas con miel y bebiendo tazones tremendos de café turco.

Bien conociste a Totina mi esposa, y qué bien se entendieron; a mis hijos, a varios de mis amigos. Ninguno habrá de olvidarte; no dejaremos de leerte, ciudadana contemporánea, Hypatia de hoy, guardiana de la integridad de la República y de la dignidad de la razón.

No pude verte en mi reciente viaje a México. Te busqué muchas veces; tu grabadora no funcionaba. ¿Dónde estabas? ¿Recibiste mi fax? Y hoy, ¿dónde andas, en qué nuevo proyecto te has metido? ¿Qué nueva obra nos piensas regalar? ¿Estás buscando a Maimónides, a Averroes, a Spinoza?

Pero no: ya no contestarás. En la anchura insondable de tu presente no caben nuestros asegunes, no hay espacio para la plática común, y se cuartea nuestra frágil noción del ser. ¡Qué débiles somos, si nos vamos así!

El año pasado te salvaste. Vaya advertencia, cuando tu hijo Maruán te salvó la vida. Un año más, apenas… pero un gran libro más: un manual para los nuevos tiempos, una guía de ciudadanos para el México que Vendrá.

Ve con Dios, Ikram. Menos días que yo viviste en este mundo, pero vaya que los aprovechaste. Gracias por los días que pudimos conversar. Gracias por tu generosidad intelectual. Gracias por incluirme entre tus amigos. Gracias por tu impaciente paciencia. Gracias por tu implacable consejo. Gracias por haberme ayudado tanto; gracias por hacerme comprender la Ley, el estado de naturaleza, la democracia de opinión.

Hasta un día de estos, Ikram. Adiós. A Dios.