El pasado 14 de febrero el Banco Mundial dio a conocer el informe Reducción de la pobreza y crecimiento: círculos virtuosos y círculos viciosos, en el cual apunta, de entrada, lo siguiente: “Los países de América Latina deben luchar contra la pobreza de manera más enérgica si desean alcanzar mayor crecimiento”, Muchos medios, impresos y electrónicos, al comentar el informe cambiaron el orden de los factores y afirmaron que, para reducir la pobreza, según el Banco Mundial, se requiere mayor crecimiento, es decir, se necesita del aumento en la producción de bienes y servicios. En este caso el orden de los factores sí altera el producto.

Es cierto, el informe señala que, “si bien el crecimiento es clave para la reducción de la pobreza, es la propia pobreza la que impide alcanzar tasas de crecimiento altas y sostenidas....”. Dicho de otra manera: si bien es cierto que una mayor producción de bienes y servicios, en la medida en la que requiera de más empleos y mejor pagados, puede contribuir a la reducción de la pobreza, no es, de ninguna manera, condición suficiente. Si lo fuera, la pobreza en México habría desparecido entre las décadas de los treinta y  setenta del siglo pasado, la época del crecimiento elevado y sostenido, ya que entre 1934 y 1981 el crecimiento promedio anual de la economía fue del 6.2 por ciento. Sin embargo, ha sido en las últimas dos décadas y media, a lo largo de las cuales el crecimiento promedio anual de la economía ha sido 2.0 por ciento, cuando se ha registrado una mayor reducción en la pobreza, sobre todo en los últimos años, caracterizados por inflación baja y remesas elevadas, combinación favorable a la reducción de la pobreza: en el 2000 sobrevivían en condiciones de pobreza extrema (sin capacidad para satisfacer sus necesidades de alimentación, educación, salud, vivienda, ropa, calzado y transporte público), el 53.7 por ciento de los mexicanos, porcentaje que bajó al 47.0 por ciento en el 2004 (último año para el que tenemos datos), años durante los cuales el crecimiento promedio anual de la economía fue 2.7 por ciento, bajo desde cualquier punto de vista, tanto absoluto como relativo.

La teoría lo demuestra y los hechos lo muestran: un mayor crecimiento de la actividad económica, es decir, una mayor producción de bienes y servicios, no necesariamente se traduce en reducción de la pobreza, siendo que la persistencia, y no digamos el aumento, de la misma sí puede afectar el crecimiento. El mismo Banco Mundial proporciona una explicación de lo anterior: “Los pobres, quienes por lo general carecen de acceso a créditos y seguros, no están en posición de emprender muchas de las actividades rentables que desencadenan la inversión y el crecimiento, lo que produce un círculo vicioso en el que el bajo nivel de crecimiento deriva en un alto nivel de pobreza y este último deriva a su vez en un bajo nivel de crecimiento”. ¿Cómo romper el círculo vicioso?

Veamos: una mayor producción de bienes y servicios, por sí misma, no reduce la pobreza: el hecho de que las empresas, por la razón que sea, aumenten su producción, no tiene porqué reducir la pobreza, al menos que, para incrementar la oferta de mercancías en el mercado, requieran contratar más trabajadores y mejor pagados. La mayor producción de mercancías reduce la pobreza, no de manera directa, sino indirecta, en la medida en la que supone más y mejores empleos. Pero para que los pobres accedan a esos empleos requieren un mínimo de educación o, por lo menos, de capacitación, educación y capacitación indispensables para romper el mentado círculo vicioso.  La clave está, no en el crecimiento, sino en la educación y capacitación, es decir, en capital humano, tal y como lo reconoce el Banco Mundial, en cuyo documento se afirma que “una estrategia de lucha contra la pobreza en pro del crecimiento debería buscar (entre otras cosas) mejorar la calidad de la educación”, misma que en México (y veinticinco años de profesor universitario me permiten afirmarlo con conocimiento de causa) deja mucho, ¡pero mucho!, que desear, comenzando por lo básico: caligrafía, redacción y ortografía.

Por último, ya que no está de por más repetirlo, recordar que la pobreza no consiste en la falta de satisfactores, sino en la incapacidad de producirlos o, dicho de otra manera, la pobreza no consiste en la falta de dinero, sino en la incapacidad para, por medio de un trabajo productivo, generar ingreso.