La semana pasada describí los argumentos iniciales del ensayo que presenté en la reunión de la Alianza de Álamos hace quince días, describiendo cómo se han invertido los papeles y ahora quienes muestran graves problemas de deuda y déficit fiscales son, sobre todo, los países desarrollados y no los emergentes.

Toca hoy terminar el argumento, empezando por Estados Unidos, que tiene una situación muy especial al poder incurrir en un gasto deficitario aparentemente ilimitado y financiarlo imprimiendo pedazos de papel, ya sea billetes de banco o bonos del Tesoro, que el resto del mundo acepta sin chistar.

El nivel de la deuda bruta del gobierno de EU se ubica por encima del 90% del PIB, de acuerdo a las cifras más recientes, viene creciendo a un ritmo de 10% del PIB en los últimos años y, de acuerdo a las proyecciones oficiales, lo seguirá haciendo en el futuro predecible.

Paradójicamente, dado que los inversionistas y especuladores internacionales no tienen hacia donde escapar en busca de refugio financiero, es muy posible que una eventual crisis en EU se posponga de manera indefinida, salvo si sus políticos en el Congreso decidieran rechazar elevar el techo de la deuda.

La semana pasada, el Congreso aprobó una extensión del presupuesto por dos semanas más pero la estrategia de los más radicales entre los Republicanos es conseguir profundos cortes en el gasto, con la amenaza de rechazar el presupuesto, lo que vinculan a la autorización que deben dar al techo del endeudamiento federal que se puede alcanzar a mediados de abril.

La posibilidad de que el Congreso no autorice elevar el límite de la deuda del gobierno federal, que era una opción que nadie consideraba ni remotamente posible en noviembre pasado, resulta más factible al observar la terca osadía que muestran los nuevos y más extremistas legisladores de derecha.

¿Cómo es que EU y los otros principales países o bloques desarrollados llegaron a una situación financiera tan comprometida? Cada uno de ellos lo hizo por caminos y razones muy distintos.

Japón ha estado tratando de restaurar el crecimiento de su economía, que se quedó pasmada desde la explosión de su burbuja inmobiliaria en 1991 y ha utilizado una combinación agresivamente deficitaria de política fiscal y una expansión monetaria elevadísima, medicinas que no han funcionado.

Ello se debe a que el gobierno japonés no reconoció que su sistema financiero estaba en una virtual quiebra al ocurrir la implosión de la burbuja hipotecaria, lo que significa que se paralizó el otorgamiento de crédito, al tiempo que los japoneses aumentaron su ahorro, neutralizando así las políticas públicas.

La situación europea es una combinación de deuda pública excesiva en casos como Grecia, Italia y Bélgica, y de endeudamiento privado insostenible en países como Irlanda, Portugal y España, que fue posible gracias a la caída en las tasas de interés que tuvo lugar cuando ingresaron a la Unión Europea.

Nadie reparó que el balance financiero del sector privado español, por ejemplo, llegaba a una deuda/PIB de 250% pues sus finanzas públicas estaban en equilibrio o tenían un pequeño déficit. El problema se gesta cuando la montaña de deuda privada amenaza en convertirse en pública en la eventualidad de que los gobiernos europeos se vean en la necesidad de rescatar a sus bancos.

El caso de EU es diferente pues sus habitantes llevan viviendo más allá de sus posibilidades las últimas dos décadas, cuando pasaron de ser el principal acreedor del mundo para volverse en el deudor número uno.

Ello se debió a que en la llamada era de “gran moderación” de Alan Greenspan como banquero central, su laxa política monetaria significó que el crédito fácil y barato se trocó en sucesivas burbujas especulativas que afectaron, primero, al mercado bursátil en los noventa, y al hipotecario en la década siguiente.

Al elevarse los precios de sus activos, el estadounidense promedio se sintió rico gracias a esas ganancias de capital, lo que se tradujo en una orgía de gasto pues ya no era necesario ahorrar, sobre todo porque los amables chinos y japoneses, los jeques árabes y uno que otro latinoamericano, les prestamos nuestro ahorro a cambio de papel que pagaba magros intereses o nada.

Desde que explotó la burbuja hipotecaria el ahorro privado pasó de cero a 6% del PIB en 2010, pero este esfuerzo se ha visto mucho más que neutralizado por un gasto público sin precedente desde los años sesenta, cuando se regaron las semillas del estancamiento inflacionario de la década siguiente.

La pregunta ahora es qué va a pasar con esta situación, cómo y cuándo…