Todo este escándalo de Strauss-Kahn debe aprovecharse para revisar, a fondo, la conducta normal de la alta burocracia, los incentivos que los mueven, las restricciones que los frenan, con el fin de eliminar los excesos y defectos de sus acciones, defectos que son, casi siempre, consecuencia de los excesos.
Las noticias en torno al caso Strauss–Kahn se han centrado en lo relacionado con la conducta delictiva, por violación, del que fuera, hasta hace poco, el director del Fondo Monetario Internacional, delito por el cual el delincuente debe ser castigado. Sin embargo, habemos quienes consideramos que todo este asunto debe aprovecharse para revisar, a fondo, la conducta normal de la alta burocracia, los incentivos que los mueven, las restricciones que los frenan, con el fin de eliminar los excesos y defectos de sus acciones, defectos que son, casi siempre, consecuencia de los excesos.
Lo anterior viene a cuento por lo apuntado por Martin Krause en uno de sus últimos artículos, El affaire Strauss-Kahn y los incentivos en la política, en el cual propone, de manera por demás sensata, partiendo de los hechos, la revisión de los incentivos que mueven a los políticos y, por añadidura, la consideración de las restricciones que los frenan. Lo que dice Krause, para expresarlo en términos coloquiales, es que en todos lados se cuecen habas, sobre todo cuando el precio que hay que pagar por las habas no lo paga quien las cuece.
Cito a Krause: “La prensa ha puesto ahora en la mira a un funcionario público acusado de violación de una camarera de hotel. Al hacerlo, hemos podido conocer otras conductas (…) de los funcionarios: el director del FMI tenía el privilegio de ocupar una habitación que cuesta $3.000 (dólares) por día, aportados por los contribuyentes del mundo que financian a ese organismo,” fondos del Fondo que se integran con las cuotas que aportan los gobiernos de los países miembros, provenientes de los impuestos que cobran a sus contribuyentes.
Continúo citando: “Tanto el caso de la violación, como (el del lujo) en que viven los funcionarios (…) ponen en serias dudas un aspecto central de la ciencia política tradicional. Se refiere a una división tajante entre los objetivos que persigue una persona cuando actúa en el mercado o cuando lo hace en la política. Según esta teoría, el individuo en el mercado persigue su interés personal, el individuo en la política persigue el bien común,” como si se tratara de seres de naturaleza distinta, una para los agentes económicos, otra para los funcionarios públicos: políticos, gobernantes, legisladores, burócratas, etc.
Termino con las citas: “Parece difícil entender la conducta de Strauss-Kahn como persiguiendo algún tipo de bien común. Es por ello que el ‘análisis económico de la política’ (…) ha cuestionado esta doble naturaleza humana y ha señalado que deberíamos considerar que todos los individuos persiguen su interés personal. En el mercado lo hacen, pero terminan siendo guiados por una ‘mano invisible’ a contribuir el bien general (…). ¿En la política, existe un mecanismo semejante?” No, claro que no, siendo por ello necesario tener en cuenta que los incentivos que mueven a los funcionarios públicos son egoístas, siendo por ello necesario imponer restricciones institucionales a esa conducta egoísta, ligada casi siempre, no a garantizar derechos, sino a defender intereses y a satisfacer necesidades.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.