Al igual que en los mercados de bienes y servicios, en el mercado electoral habrá oferentes cuyo éxito esté basado en una promesa emocional detrás de su “producto” (propuesta) y que eviten competir en el terreno de la información racional frente a los “productos” de sus adversarios.
Los
economistas saben que el mercado perfecto de los modelos teóricos requiere
entre otras cosas, para funcionar como tal, que todos los participantes tengan
toda la información oportunamente. Lo mismo sucede en el terreno electoral: La
hipótesis del elector “racional” en una democracia nos arrojará elecciones
óptimas si y sólo si todos los electores tienen toda la información pertinente.
Entiéndase
por información pertinente no sólo un conocimiento de las opciones (partidos
y/o candidatos) y sus programas, sino acerca de los medios propuestos para
lograr los resultados ofrecidos, incluidos desde luego los costos previsibles
asociados al beneficio prometido, así como la factibilidad tanto de medios como
de fines.
Es
obvio que no existe tal elector absolutamente informado y que el llamado
“elector medio” está lejos de poseer lo que aquí hemos llamado información
pertinente para una elección de perfecta “racionalidad”.
Esto,
en el modelo de Downs que he seguido en estos
artículos, NO significa que el votante sea irracional, sino que actúa
“racionalmente” empatando la información (poca o mucha, buena o mala) de la que
dispone con su deseo de mejorar o al menos mantener su flujo de rentas actual
en el futuro con un gobierno determinado por el que decide votar.
Como
muestra Downs con un simpático ejemplo, la
“racionalidad” del votante puede ser o parecer “irracional” en términos
políticos. Digamos que el señor Pérez prefiere al candidato A por encima de los
candidatos B ó C, pero digamos también que a la esposa del señor Pérez le
disgustaría profundamente que su esposo votase por A y entonces el señor Pérez
vota por B (su segunda preferencia después de A) para evitarse un conflicto
conyugal que, en su valoración de costos contra beneficios, sería mucho más
costoso que el hecho de que no ganase A. El comportamiento del señor Pérez es
perfectamente “racional” –ha maximizado sus beneficios o minimizado sus
pérdidas- pero resulta “irracional” para el observador externo.
Pero
esto sólo ejemplifica las limitaciones del modelo; es preciso volver al asunto
de la información como materia prima de la decisión electoral –incluida la
opción de abstenerse, que también es “racional” cuando se da- y cómo los
candidatos, al igual que los oferentes en cualquier otro mercado, tenderán a
manipular la información en su beneficio.
Ejemplo:
Muchas de las promesas electorales que escuchamos de los aspirantes al Poder
Ejecutivo federal –digamos, las referentes a impuestos–
requerirían para su realización del concurso del futuro Poder Legislativo,
también federal, sin embargo se nos presentan como factibles con el solo hecho
de que el candidato Fulano o Mengano (el vendedor) llegue a
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.