Tengo una colección de mensajes odiosos e intimidatorios que han hecho el favor de mandarme en los últimos meses sujetos que se dicen partidarios de Andrés Manuel López Obrador. Los mensajes van desde el insulto hasta las amenazas de muerte. No soy el único que ha sido favorecido por estas advertencias –que se reducen a un mensaje claro y sencillo: “¡Cállate!”- ni por asomo el más notorio; de hecho, parece absurdo que me lleguen estos mensajes ya que desde noviembre de 2003 hasta enero de 2006, al menos, omití escrupulosamente cualquier mención a ese personaje en mis artículos diarios, proponiéndome en cambio discutir y confrontar ideas.

Sin embargo, me explico la ira de esos incómodos e indeseados corresponsales porque en su cosmovisión la sola mención de algunos asuntos (digamos, el Estado de Derecho, la primacía de la libertad personal, el libre comercio, la responsabilidad fiscal, la seguridad pública, el respeto irrestricto a los contratos, la productividad o la deseable prosperidad) se transforman de inmediato en críticas acerbas e “injustas” hacia López y sus seguidores. Por ello, si critico a Hugo Chávez, a Néstor Kirchner, a Rodríguez Zapatero o a Evo Morales también en tal caso saltan estos enjundiosos comisarios de lo políticamente correcto y “leen” lo que quieren leer. Si eso no es aborrecer y perseguir a alguien por sus ideas, ¿qué es?, ¿una discusión “ligeramente apasionada”?, ¿la expresión “normal” del “suspiro de una criatura abrumada” parafraseando al olvidado Marx?

Más preocupante, tal vez, que los enojos desbordados de estos no muy valientes comisarios ideológicos –espontáneos, supongo- es constatar que el propio líder de sus preferencias, el candidato López, sucumbe también ante la tentación de la diatriba y la intimidación mandando callar al mismo Presidente de la República, que criticó con conocimiento de causa algún disparate populista –como el de reducir por decreto los precios de los energéticos- formulado no sólo por López, sino por al menos otro candidato (Roberto Madrazo), en el fragor de esta contienda electoral.

El 26 de junio de 1767 el entonces virrey de la Nueva España, marqués de la Croix, hizo anunciar en un bando exhibido profusamente en las paredes de la capital de la Nueva España, a los vasallos del Rey de España (léase a todos los habitantes de México) que se ejecutaría a quien no respetase “las siempre justas resoluciones de su soberano” e ilustró el punto recordando a los súbditos de su Majestad que “nacieron para callar y obedecer y no para discurrir y opinar en los altos asuntos del gobierno”.

Aquellos también eran malos tiempos para la libertad.