En el mundo real no podemos aspirar a construir una sociedad libre fuera de este mediocre sistema de democracia y políticos oportunistas.
En mi último artículo daba una primera respuesta al profesor Damm afirmando que “toda sociedad libre tiene una izquierda moderna que alterne en el poder.”
En esta ocasión sostengo una afirmación más polémica: “Utopías libertarias aparte, toda sociedad libre necesita una izquierda moderna que alterne en el poder.”
Hoy en día la existencia de un sistema democrático es una condición necesaria (aunque no suficiente) para tener una sociedad libre. No hay una sola sociedad libre que no descanse en un sistema político con elecciones periódicas de representantes mediante sufragio universal.
Sistemas más restrictivos y regímenes dictatoriales solamente prácticamente nunca garantizan la existencia de una sociedad libre. Solamente en casos muy excepcionales han funcionado de manera transitoria y, casi siempre, tienen como consecuencia diversos y graves abusos a los derechos humanos. Los dictadores benevolentes, las “dictaduras de los expertos” que critica Easterly, no sirven para sostener una sociedad libre.
Así las cosas, debemos conformarnos con la democracia como el “menos peor” de todos los sistemas políticos conocidos. Estas democracias tienen unos agentes curiosos: los políticos. Los políticos son, por lo general, seres oportunistas. Personajes que se mueven con el viento de la opinión pública y que están dispuestos a vender sus conciencias por un puñado de votos. ¡Y qué bueno!
Es a causa de esa inmensa mayoría de políticos oportunistas que los partidos mayoritarios y con mayores opciones de alcanzar el poder son indistinguibles. Apenas algunos matices diferencian hoy a la centro derecha y la centro izquierda. Al PAN de Calderón y PRI de Peña, al PP de Rajoy y al PSOE de Zapatero, a la CDU de Merkel y al SDP de Schröder, a los Conservadores de Cameron y a los laboristas de Blair, a los Republicanos de Bush y a los Demócratas de Obama y un muy largo etcétera.
Y, de nuevo, ¡qué bueno! Gracias a esos políticos oportunistas los programas de gobierno se someten al consenso social. Este consenso normalmente se encuentra en la moderación y la democracia representativa. Desde luego, hay mucho que hablar sobre cómo esta política oportunista también favorece excesivamente los intereses de los políticos y de los grupos de interés organizado. Pero, por lo general, la política oportunista se moverá cerca de los márgenes que marca la mediocridad del consenso social.
En definitiva, es gracias a la existencia de una centro izquierda (y a una centro derecha) que los gobiernos se mueven con moderación atendiendo a las aspiraciones de los ciudadanos comunes. La alternancia política, la posibilidad de que a un gobierno de centro derecha lo pueda suceder uno de centro izquierda (y viceversa) es lo que fuerza a los políticos a mantenerse en esos márgenes. Y esto es lo que permite a las sociedades mantener sus libertades, siempre y cuando los ciudadanos quieran estas libertades para sí mismos.
La desaparición de la centro izquierda supone la eliminación de este equilibrio y a una frontal amenaza a nuestras libertades. Como vimos en el artículo anterior, cuando ésta desaparece el resultado no es más libertad sino menos. Ahí tenemos el reciente caso de Grecia donde el hundimiento del socialdemócrata PASOK implicó el ascenso de los comunistas de SYRIZA. Tenemos también el caso de Hungría donde la marginalización del Partido Socialdemócrata sólo sirvió para consolidar el gobierno autoritario del conservador Viktor Orbán.
Por todo ello, reafirmo que “utopías libertarias aparte, toda sociedad libre necesita una izquierda moderna que alterna en el poder.”
Cambiar el paradigma
Pero, ¿es esto a cuánto podemos aspirar? ¿Debemos conformarnos con la mediocridad del consenso establecido en vez de aspirar a un régimen de mayores libertades? No, no debemos conformarnos con esto. Pero en el mundo real no podemos aspirar a construir una sociedad libre fuera de este mediocre sistema de democracia y políticos oportunistas.
El objetivo, por tanto, no es cambiar a la clase política sino cambiar al votante. Cambiar las conciencias, el paradigma político predominante, el zeitgeist.
Una vez le preguntaron a Margaret Thatcher cuál fue su mayor logro. Sin pensarlo dos veces respondió “Tony Blair y su nuevo laborismo.” Ella entendió que lo esencial de su revolución no fueron las reformas económicas sino el cambio en el consenso social y político. La clave del thatcherismo fue que forzó a la izquierda británica a modernizarse.
Si el thatcherismo solamente hubieran sido reformas legislativas y no un cambio en la conciencia social, hubiera bastado un cambio de gobierno para desandar todo lo andado. El nuevo consenso se tradujo en el New Labour y, con él, la izquierda moderna liderada por Blair apuntaló la liberalización británica.
Como Thatcher entonces, hoy muchos ciudadanos metidos a políticos apuestan por este camino. Ahí están Ron Paul, María Corina Machado, Nigel Farage, Ricardo López Murphy, Mario Vargas Llosa, Pancho Búrquez y otros tantos. Su lucha parece quijotesca pues difícilmente lograrán alcanzar la presidencia de sus países y a menudo ven sus posiciones aprobadas en los Congresos. Con su trabajo y ejemplo quizás no vencerán, pero convencerán.
Sin embargo, ésta no es una tarea que debamos dejar exclusivamente a los pocos políticos que creen en la libertad. Se trata de una responsabilidad compartida de quienes creemos en la libertad del individuo.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.