No me sorprendería saber que algunos propagadores de mentiras –incluso de mentiras gruesas que no resisten el menor análisis racional, como ésa de los cientos de miles de empleos “de calidad” que brotaron en el Distrito Federal en los últimos años-, se justifiquen en su fuero interno (porque saben que mienten) aduciendo que se trata de mentiras “piadosas” porque son “por una buena causa”.

Tampoco me sorprendería saber que muchos de quienes creen o fingen creer en tales mentiras experimentan una íntima satisfacción en ser engañados porque si se les está tomando el pelo es “por una buena causa”.

La mecánica de este juego de oferentes y demandantes de mentiras en el mercado electoral –los que engañan deliberadamente y los que se muestran ávidos de ser engañados- es muy parecida a la que manifiestan algunos enfermos desesperados ante la propaganda de productos milagrosos o mágicos. Hay una manifiesta voluntad de engañar –de la que se deriva una utilidad para el mentiroso- y una implícita voluntad de ser engañado por parte del enfermo, que ya no quiere saber, que detesta saber, y que lo único que ansía es creer en algo o en alguien que le haga dejar de sufrir.

Si nos situamos en las reglas de la lógica es imposible creer que algún ungüento milagroso nos hará bajar de peso sin que hagamos ejercicio, sin que comamos mesurada y sanamente y sin tener que sacrificar todos nuestros malos hábitos alimenticios. Pero para quien está desesperado y se ha convencido a sí mismo que la disciplina para bajar de peso es insufrible, el llamado de la charlatanería es irresistible.

El Quijote, molido a palos y quebrantado tras uno de sus tantos enfrentamientos con quimeras, le habla a Sancho del bálsamo de Fierabrás. Tan milagroso es el tal bálsamo –dice el Quijote- que bastaría para unir las dos partes separadas de su cuerpo en caso de que sus malignos enemigos le partieran de por medio. Sancho no se lo cree y propone una objeción inteligente al Quijote: Si existiese tal medicamento uno podría convertirse, con su mera comercialización, en el hombre más rico del mundo. La objeción de Sancho es en vano porque el Quijote no quiere saber, sino creer en su mundo de fantasía.

No hay manera lógica de creerse el cuento. No importa. Quienes quieren creer, y no saber, quienes consideran insufrible averiguar racionalmente, quienes están ávidos de curas milagrosas, se muestran dispuestos a tragarse ésa y otras mentiras aún de mayor calibre.

Ni siquiera se preguntan por qué a ellos no les tocó uno de esos 800 mil milagrosos empleos. En vano se buscará la lógica en este juego de mentirosos prolíficos y demandantes de mentiras “piadosas”. No hay más lógica que la del populismo, que –como dice Mariano Grondona- quiere tanto a los pobres que los multiplica… y se alimenta de ellos, digo yo.