Los incentivos a la búsqueda de rentas, serán muy superiores a los incentivos a crear riqueza y, por ende, el desempeño económico será previsiblemente deficiente.
Sorpresa no
debió resultar para nadie. El Presidente de Bolivia lo anunció desde sus épocas
de líder social y, posteriormente, como candidato presidencial: sus políticas
económicas estarían orientadas a la redistribución de la riqueza -no a su
creación-, y a la supuesta reivindicación de los pobres, postrados en esta
situación, a su buen entender, porque los ricos y los extranjeros expropiaron
su derecho a prosperar. El viejo y trillado lema latinoamericano, “somos pobres,
porque ustedes son ricos”.
Hasta aquí,
no hay demasiadas sorpresas. La capacidad de reinvención de ese animal político
latinoamericano llamado populista es infinita. En realidad, la sorpresa mayor
radica en la terrible y penosa omisión histórica y geográfica que una medida de
esta naturaleza exhibe. Bastaba echar un vistazo a un mapamundi, segmentar a
los países del planeta entre aquellos con abundantes y limitados recursos
naturales, y comparar su grado de desarrollo económico actual (PIB per capita, índice de desarrollo humano, crecimiento
económico en los últimos 30 años).
Los
bolivianos probablemente se hubieran ahorrado el inicio de una nueva novela de horror
que durará, muy probablemente, largos años, si hubiesen caído en cuenta que los
países más ricos en recursos naturales y/o minerales, no son precisamente los países
más prósperos del planeta. Algún asesor de medio pelo hubiese bastado para
explicar a Don Evo que décadas de experiencia empírica muestran que son
precisamente los países más ricos en recursos naturales, los que suelen
aparecer en los últimos lugares en las listas de desarrollo económico.
Nigeria, Irán,
Venezuela, Irak, Angola, Madagascar, Libia, Sudan, Bolivia y, en menor medida,
Brasil, Argentina y México, son prueba viva de que la ecuación recursos naturales=prosperidad es una
quimera. Países todos, ricos en recursos naturales, víctimas no precisamente de
la globalización o del malévolo neoliberalismo, sino de la terrible maldición
de los recursos humanos.
¿Ricos en
recursos y pobres en lo social? ¿Cómo? Esta aparente paradoja, con un poco de
intuición, resulta bastante menor de lo que aparenta: ofrecer a los hijos todas
las comodidades, sin algún incentivo a la productividad y la responsabilidad, es
virtualmente un pase automático a engendrar parásitos.
Y son
precisamente parásitos los que nacen, crecen y se reproducen en un entorno de
abundancia de recursos naturales. Los incentivos a la búsqueda de rentas, serán
muy superiores a los incentivos a crear riqueza y, por ende, el desempeño
económico de estas naciones será previsiblemente deficiente.
Algunos resultados
previsibles del efecto de la “maldición de los recursos naturales” serán: las
instituciones públicas, ante la supuesta abundancia, serán corroídas por la
corrupción, la opacidad y el patronazgo; los empresarios estarán más
preocupados en obtener prebendas y privilegios, que en crear valor para sus
productos; la orientación del gasto público deberá enfocarse a la explotación
de los recursos naturales, reduciendo los escasos recursos para el gasto
social, distorsionando el tipo de cambio (la famosa “enfermedad holandesa”) e
incentivando políticas públicas clientelares; los
sindicatos, particularmente los públicos, adquirirán un poder de facto que
utilizarán cada vez que se pongan en riesgo las rentas que las épocas de bonanza
natural proveyó; el marco regulatorio se convertirá
–si no lo es ya- en un enjambre de restricciones diseñado para favorecer o
privilegiar a los empresarios “favoritos” del régimen, particularmente aquellos
que estén dispuestos a invertir en las áreas ligadas a la abundancia de
recursos naturales; los recursos provenientes de la renta natural y mineral
serán malgastados en llamativas obras públicas, mejor conocidos como elefantes
blancos, fuente inagotable de corrupción para minorías bien organizadas, sin,
claro está, una rentabilidad social clara y transparente.
¿Son
entonces los recursos naturales los causantes del “tormento” boliviano? Claro
está que no, tenemos excepciones contadas de países ricos en bienes naturales y
ricos en bienestar social –Noruega, Canadá-; el problema es que la maldición se
potencia en entornos institucionales débiles, incapaces de procesar la bonanza
de recursos hacia actividades capaces de generar valor agregado y elevar la
productividad de la economía, e, igualmente incapaces de encauzar el conflicto cuando
la bonanza cíclica llegue a su fin.
Por lo
tanto, es la combinación de abundancia de recursos humanos y los incentivos
políticos y económicos que éstos generan, junto con la aparición de políticos
astutos, sin escrúpulos, ávidos de salir a los balcones a reivindicar lo que la
injusta historia les ha robado, aderezado con una peligrosa ignorancia
económica, la fórmula exacta para crear la “tormenta perfecta” del subdesarrollo
e incentivar que la maldición de los recursos naturales persista ad infinitum.
La maldición,
Evo, la maldición.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.