No hay otra explicación para la gran pobreza de América Latina que la rapacidad de su dirigentes socialistas del siglo XXI.
La izquierda siempre termina robando. Basta ver lo que pasa en América Latina. Al respecto y de acuerdo a la experiencia de los gobiernos del socialismo filo-castrista que la región ha tenido en los últimos años, hay dos clases de gobiernos de izquierda: Los que ya sabemos que robaron y los que algún día sabremos que robaron.
Semana a semana pueden medirse nuevos avances en esa constatación. Miremos un poco lo más recientes.
En Argentina se hayan abiertas diversas causas judiciales en contra de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Más las que se acumulen en los próximos días. Pero la principal, por ahora, acontece frente a una sociedad argentina estupefacta, conocida como la causa de Los Cuadernos de las Coimas. Por ella, se pidió, hace pocos días, el desafuero de Cristina Kirchner como senadora, para sumarla a los 42 procesados, hasta ahora, entre ex funcionarios de su gobierno y empresarios. Solo ese fuero impide su procesamiento y cárcel, pese a ser incongruente con la postura del kirchnerismo en contra de los fueros. Pero esa incongruencia no debiera de sorprender: La izquierda pide justicia y fueros para sí misma y sus aliados; justicia a seca para los adversarios.
Esta causa ha documentado un mecanismo de saqueo que hermanó al kirchnerismo argentino y al chavismo venezolano en una sola mafia. Así, Hugo Chávez expropiaba empresas argentinas en Venezuela; a cambio de acelerar el resarcimiento por dichas expropiaciones, los Kirchner recibían dinero de los empresarios afectados. Enseguida, dichos empresarios recibían solo una parte del pago estipulado, mientras Chávez y los Kirchner se repartían el resto no pagado. Otro mecanismo fue la especulación con la deuda argentina, comprada con petrodólares venezolanos: al final, los presidentes (sería más apropiado decir los jefes de la pandilla de cada país) se repartían los beneficios obtenidos.
No deja de sorprender que pese a estos escándalos, las posibilidades de que Cristina Kirchner sea candidata presidencial el año próximo, y eventualmente gane, son altas. La crisis económica detonada en la Presidencia de Mauricio Macri (en buena medida causada por 12 años de gobierno derrochador de los Kirchner) ha potenciado sus posibilidades presidenciales. Por ahora utilizará las causas abiertas en su contra para hacerse pasar por perseguida política, con el mayor oportunismo e hipocresía imaginables.
Los ecuatorianos, en tanto, presencian las crecientes vicisitudes judiciales del ex presidente Rafael Correa, al cual se le acaba de iniciar una causa en el marco del escándalo Odebrecht, en conjunto con otros altos funcionarios ecuatorianos, por haber instaurado en ese país un “fenómeno de corrupción institucional”, una “organización delincuencial estatal” durante los 10 años de su gobierno. Al respecto, es útil recordar que dentro del mismo escándalo Odebrecht, el ex vicepresidente y ex ministro de Telecomunicaciones del propio Correa, Jorge Glas, ya fue sentenciado a seis años de prisión. De esa magnitud fue el gobierno delincuencial de Rafael Correa.
Para ratificarlo aún más, hay una investigación en proceso sobre supuestas entregas de dinero de la narco-guerrilla de la FARC colombiana para las campañas presidenciales de Correa. Otra causa en contra de Correa por el asesinato de un policía, en 2010, en un operativo para “rescatarlo” de un teatral intento de “Golpe de Estado”. Y finalmente, una causa más, a punto de entrar a juicio, por el secuestro de Fernando Balda en 2012, político opositor a Correa, supuestamente ordenado por el propio Correa.
En Brasil, las posibilidades presidenciales de Lula finalmente se desvanecieron en el aire hace unos días, culminando un largo proceso que dio garantías de que Lula no es un preso político, sino un simple político preso por corrupto. Lula fue impedido de disputar las elecciones en base a una ley promulgada por él mismo (quizá creyó aplicarla solo a sus adversarios), que impide expresamente que candidatos condenados en segunda instancia, como es su caso, puedan postularse a un cargo electivo.
Que Lula haya pensado en llegar de nuevo a la Presidencia brasileña, para beneficiarse del fuero presidencial, habla de la enorme red de corrupción y complicidades que creó en sus dos mandatos. Miremos solo los números de la causa Lava Jato, sin olvidar que a Lula se le siguen aún otras causas: Se cometieron delitos por unos 8.000 millones de dólares; existen 123 condenados en 188 causas comprobadas, entre empresarios, funcionarios del gobierno Lula y políticos y legisladores, fundamentalmente del Partido dos Trabalhadores (el PT, fundado en 1980 por Lula), pero también de otros partidos, incluyendo al capo di tutti capi de la red de corruptelas, el mismo Lula; las penas dadas a dichos condenados suman 1,861 años de cárcel; hay todavía 101 políticos con fueros especiales aun bajo proceso, y se signaron 139 acuerdos de delación premiada, que permitieron llegar a los eslabones más altos de la cadena. De ese tamaño fue uno, solo uno, de los muchos mecanismos creados por Lula para enriquecerse y enriquecer a sus adictos y favoritos. Con Lula, la actividad fundamental del Estado brasileño fue el robo.
Por todo ello, el exhibicionismo y los más de 400 dólares de la cuenta de Maduro y su esposa por comer en el restaurant “Nusret Sandal Bedesteni” de Estambul, mientras los venezolanos se debaten en el hambre y la inflación, no debieran sorprender: Son apenas una mínima parte de la punta del iceberg. Ese iceberg es el sistema que el “socialismo del siglo XXI” construyó en América Latina, por el cual sus élites se enriquecieron mientras condenaban a la pobreza a quienes decían representar. Políticos como los Kirchner, Correa, Lula, Chávez, Maduro robaron todo el dinero a su alcance, en detrimento de la educación, la salud, los jubilados, dejando a los más pobres sin seguridad pública, sin agua, sin drenaje, sin vivienda, sin transporte seguro, sobreviviendo solo gracias a un subsidio. No hay otra explicación para la gran pobreza de América Latina que la rapacidad de dirigentes como ellos.
Después de tanta degradación, América Latina debiera iniciar su rehabilitación de semejante patología, dando una lucha sin cuartel contra la impunidad. El tratamiento será largo, no exento de recaídas: allí están ya gente como Andrés Manuel López Obrador en México, o Gustavo Petro en Colombia, o Fernando Haddad en Brasil, dispuestos a ocupar el espacio que dejaron los inescrupulosos que ya están en la cárcel o camino a ella.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.