No sé usted, pero yo el dos de julio voy a votar en contra de la mentira. No quiero ser gobernado por la dictadura de los mentirosos, de los deshonestos, de los delincuentes que además de robarnos trabajo y bienes materiales –y querer vivir a nuestras costillas- quieren despojarnos de los bienes más preciosos, que son de índole espiritual: El respeto a la verdad –que es lo único que nos puede hacer libres- y la capacidad –que nos distingue de las bestias y de los depravados- de discernir entre la verdad y la mentira, entre lo correcto y lo delictivo, entre lo digno de aprecio y lo que merece desprecio, entre el bien y el mal.

Repetidas muestras nos dieron en el pasado Andrés Manuel López Obrador y su banda de delincuentes organizados de su desprecio por la verdad, por la ley que nos permite convivir como seres racionales y no coexistir como bestias, de su proclividad a la violencia, de su falta de escrúpulos para lograr sus ambiciones. Muchos no quisieron ver estas muestras, cerraron los ojos (¿piadosa o hipócritamente?) a los indicios de venalidad y de la más profunda corrupción –en la raíz de toda corrupción está siempre la mentira- que nos ofrecían estos personajes. Hoy ya no hay forma de seguirse engañando. Hoy la vida nos pone ante una de esas encrucijadas únicas y definitivas: O estamos por la verdad, o estamos por la mentira.

No es poca cosa lo que nos jugamos en esta elección y no podemos escudarnos en la ignorancia, en la frivolidad o en la comodidad. No se trata de una elección colectiva, sino individual, personalísima.

Ante la inminencia de su derrota, López Obrador y su banda reaccionaron con ferocidad y se despojaron de toda máscara: No les va a detener ningún escrúpulo en el logro de sus ambiciones. Han mentido a placer, han delinquido y día a día nos agreden y ofenden proponiéndonos que nos unamos al ejército de los mendaces y nos sometamos a la peor de las dictaduras y de las esclavitudes: La del engaño omnipresente que penetra hasta el fondo de los huesos, que impregna de su hedor toda nuestra vida, que nos convierte en seres capaces de los peores crímenes, enajenados, obnibulados por una sola meta vil y abominable: El reino de la mentira. Es la cruzada más corruptora que podamos imaginarnos, se trata de que el tribunal de la conciencia sea definitivamente destronado en nuestras vidas y seamos de ahora en adelante incapaces de juzgar con claridad, de hacer el más mínimo bien a quienes nos rodean.

No puedo aceptar un país en el que los tribunales establecidos sean sustituidos por la chusma enfebrecida y vociferante, no puedo aceptar un país en el que los medios de comunicación estén al servicio de la mentira y me engañen cotidianamente, no puedo aceptar un país en el que sea válido calumniar, denostar el éxito ajeno, destruir reputaciones, abusar del poder que nos fue confiado de buena fe, traicionar la confianza…

Ha sido tal la avalancha de falsedades que nos han prodigado López y su banda en los últimos días que han logrado que las próximas elecciones del 2 de julio adquieran el carácter de una tremenda, definitiva, elección personal entre el mal y el bien, entre la mentira y la verdad.

Los hechos han sido elocuentes. Ni una sola denuncia han presentado López y su banda ante las autoridades competentes porque carecen de una sola prueba o indicio que tenga el mérito para una sola inquisición judicial, ordenada por la ley, sometida al juicio imparcial. No les importa en absoluto si se cometieron tales o cuales delitos con los que se llenan la boca al soltar sus calumnias; lo que les importa es dañar, destruir, agredir, entronizar a la mentira; por ello huyen de los tribunales y de la ley como de la peste. Eso, discutir con honestidad o debatir en los tribunales conforme a las leyes, no es lo suyo. Lo suyo es vociferar, comprar conciencias (a ustedes les hablo, presuntos periodistas de medios como Televisa, TV Azteca, Milenio, La Jornada, El Universal, entre otros), establecer redes de complicidad, taparse unos a otros en la más despreciable de las solidaridades: la camaradería de los criminales.

Por el contrario, el agraviado –el emprendedor culpable del delito del trabajo esforzado y creativo, el emprendedor culpable de ser competente en su trabajo y haber tenido éxito- ya les ha demandado. Por el contrario, la Secretaría de Hacienda y el SAT ya han anunciado que presentarán una sólida demanda –con pruebas contundentes- porque funcionarios del gobierno del Distrito Federal, en contubernio con la banda delictiva, han violado la confianza que se les había otorgado y usan la información privada de los contribuyentes para sus fines políticos, para extorsionar, para fabricar infundios, para darle visos de autenticidad a las calumnias. ¡Esos son los que nos quieren gobernar, querramos o no! El desafío ya lo han hecho: O nos dan todo el poder o los destruiremos, o nos dan todo el poder o se los arrebataremos a ustedes –a los ciudadanos, a nadie más- de la manera que sea, sin detenernos ante nada.

No sé usted. Yo no estoy dispuesto a darle el más mínimo poder –vaya, ni siquiera el poder de inspector de banqueta en el municipio más remoto del país- a  los mentirosos profesionales, a los agitadores de la infamia, a quienes hacen gala de corruptelas, engaños, infidencias, fabricación de delitos a sus adversarios…

No sé usted. Yo no quiero vivir en la basura. Si esta banda de delincuentes llegase al poder federal en México, habrá que salir huyendo. No para proteger tales o cuales bienes materiales (que desde luego también están en riesgo pero no son tan importantes como creemos), sino para no contagiarme, para no exponer a mi familia al contagio de la basura más pestilente.

Yo no quiero convertirme en mierda moral. ¿Usted sí?