“La única esperanza de libertad supone restringir el poder del gobierno, independientemente de quiénes sean los gobernantes y de cómo hayan sido electos.”
El
mal (el menor de los males, si se quiere), no es el tipo de gobierno
(desde la monocracia: el gobierno de uno,
hasta la policracia: el gobierno de muchos), ni la
forma en la que el gobernante llegó a gobernar (desde el sufragio efectivo
hasta el golpe de Estado), ni tampoco el fin que persiga el gobierno (desde
garantizar únicamente la seguridad contra la delincuencia y la impartición de justicia, hasta proveer al gobernado de todo
lo que va desde la cuna hasta la tumba).
No,
el mal no es, ni el tipo de gobierno,
ni la manera en la que el gobernante
llegó al poder, ni el fin que el
gobierno persigue. El mal es, independientemente de todo lo anterior, el
gobierno sin más, y lo es, de entrada, por el poder que lo define, sin el cual
no hay gobierno que dure: el poder obligar a los gobernados a entregarle parte
del producto de su trabajo o, dicho en términos políticamente correctos, el
poder cobrar impuestos, algo que cualquier gobierno, independientemente de su
tipo y su fin, tiene que hacer, lo cual lleva a la siguiente pregunta: ¿qué
justifica que el gobierno obligue a los gobernados a entregarle parte del
producto de su trabajo?
La
única respuesta correcta a dicha pregunta es ésta: que el gobierno garantice que
nadie más obligará al gobernado a entregar la parte que, una vez pagados los
impuestos, le reste del producto de su trabajo. Aceptando (sin conceder) la
necesidad de tener un gobierno, debemos aceptar la obligación de entregarle
parte del producto de nuestro trabajo, con el fin (único fin, diremos algunos),
de que nos garantice que nadie más nos quitará el resto, quita que siempre se
realiza con fines redistributivos. Quien, amenazando,
roba, redistribuye a su favor, redistribución que hoy realiza, de manera
habitual, y siempre a favor de la justicia social, el bien común, el combate a
la pobreza, y demás términos por el estilo, el gobierno, y botón de muestra es
cualquier presupuesto de egresos de cualquier gobierno, redistribución que
parte de un cobro de impuestos que sobrepasa, ¡por mucho!, el mínimo necesario
para que el gobierno garantice la seguridad contra la delincuencia y la impartición de justicia.
Hoy
cualquier gobierno, al margen de su tipo, forma de haber llegado al poder, y
fin que persiga, redistribuye, al grado de que gobernar se ha vuelto sinónimo
de redistribuir, es decir, de quitarle a unos para darle a otros, razón por la
cual terminó haciendo aquello que debía evitar: la redistribución forzosa, bajo
amenaza, desde quienes generan ingreso hacia quienes no lo generan; desde quienes
generan más ingreso del que son capaces de consumir, hacia quienes no generan
un ingreso que les permita consumir lo suficiente; desde los productivos hacia
los improductivos.
La
redistribución, desde el momento en el cual la propiedad es la condición de
posibilidad de la libertad, atenta, no solamente contra la propiedad, sino
también contra la libertad: en la misma
medida en la que, por obra y gracia de la redistribución, se limita la
propiedad privada, se limita la libertad individual, y se limita mucho más allá
del único límite aceptable en una sociedad civilizada: el que impone el respeto
a los derechos de los demás.
Se
justifica que se limite la libertad de la persona cuando el fin es no hacerle
daño a los demás: no matarás, no esclavizarás, no robarás. ¿Pero qué sucede
cuando la libertad se limita, no con el fin de que uno no le haga daño a otro,
sino con el objetivo de que le haga el bien: le darás de comer; le darás
medicinas y atención médica; le darás educación? ¿Qué sucede cuando la libertad
se limita, no para garantizar derechos, sino para satisfacer necesidades, tal y
como sucede hoy en todos los países? Lo que sucede, como lo señala Russell, es que ha llegado el momento de limitar el poder
del gobierno, comenzando por el poder para cobrar impuestos.
Por
ello, pongamos el punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.