Si A afirma que los usos y costumbres o, dicho con una sola palabra, la tradición, son más importantes, no que vivir bien, sino que vivir mejor, entonces A valora más seguir viviendo como hasta ahora (de forma tradicional, respetando los usos y costumbres, haciendo lo mismo, y haciéndolo de la misma manera), que cambiar la forma de vida para alcanzar un mejor vivir (haciendo cosas distintas y haciéndolas de diferente manera), valoración que es tan respetable como cualquier otra, lo cual quiere decir que no es la única, ni mucho menos la más valiosa, y que, por lo tanto, no debe imponerse como la única.

Por su parte, si B afirma, no que vivir bien, sino que vivir mejor es más importante que la tradición, es decir, que los usos y las costumbres, entonces B valora más cambiar la forma de vida, con el fin de vivir mejor (haciendo cosas distintas y haciéndolas de diferente manera), que seguir haciendo, de la misma manera, las mismas cosas (respetando los usos y costumbres, sin despegarse de la tradición), valoración que, al igual que en el caso de A, es tan respetable como cualquier otra, razón por la cual no debe imponerse sobre ninguna otra, consecuencia de que no es la única, ni mucho menos la única válida.

Lo que no puede ser es que se valore tanto la tradición como el progreso, pretendiendo conservar la primera y conseguir el segundo (al menos que, tema al que ya volveré, la tradición en cuestión sea la de progreso), sobre todo si por progreso entendemos, al menos desde el punto de vista de su causa, el hacer, de distinta manera, cosas distintas, con el fin de vivir mejor, mejor vivir que, si es la consecuencia de hacer cosas distintas (por ejemplo: producir mejores bienes y servicios, con el fin de satisfacer de mejor manera las necesidades), y de hacerlas de distinta manera (por ejemplo: a menor costo o, dicho de otra manera, con mayor productividad, aprovechando los avances de la técnica), supone necesariamente el abandono de la tradición, es decir, de la transmisión, de generación en generación (tal y como era el caso de los gremios durante la Edad Media), del hacer lo mismo y del hacerlo de la misma manera, conforme a los usos y costumbres (por ejemplo: del gremio de los tintoreros, o de los armeros, o de los navieros)

¿Quiere lo anterior decir que tradición y progreso son irreconciliables? No, de ninguna manera, ya que puede haber, como de hecho la hay, una tradición de progreso, que surge (por principio de cuentas toda tradición surge en algún momento, por lo que en sus primeros tiempos no es tradición sino revolución), uno, cuando el ser humano se sabe capaz de vivir mejor (de contar con mejores bienes y servicios) y, dos, cuando se sabe que ese vivir mejor puede ser, no para una minoría, sino para la mayoría (contar con mejores bienes y servicios para cada vez más gente), tradición de progreso que es una de las características de la modernidad y la contemporaneidad, ya sea porque ya se tiene, ya sea porque se desea tener: no hay progreso sin tradición de progreso.

Tradición de progreso, es decir, padres que le transmiten/inculcan a su hijos el afán de un vivir mejor, de la misma manera que estos hijos le inculcarán/transmitirán a los nietos de aquellos padres ese mismo afán, anhelo que no pocas veces es criticado, sobre todo se ese vivir mejor se refiere a contar con más y mejores satisfactores, como si el molcajete tuviera superioridad “moral” frente a la licuadora, el fogón frente al horno de microondas, el teléfono fijo sobre la telefonía móvil, la máquina mecánica de escribir sobre una PC, entre otras “razones” porque el molcajete, el fogón, el teléfono fijo y la máquina mecánica de escribir forman parte de nuestros usos y costumbres.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.