Quienes, como Friedman, somos liberales, y lo somos por estar a favor de la libertad individual, y por lo tanto de su condición de posibilidad, que no es otra más que la propiedad privada, conscientes de ello o no estamos a favor, no de los productores, sino de los consumidores, por más que, y creo que ésta es la razón de la aclaración de Friedman, el lugar común afirme que los liberales, en el mejor de los casos, estamos a favor de, y en el peor somos voceros de, los empresarios, nada más alejado de la verdad, sobre todo en el caso de los verdaderos liberales, quienes estamos a favor de la libre empresa, no por estarlo a favor de los empresarios, como podría creerse por aquello de empresa, sino de los consumidores, por aquello de libre.

¿Qué supone el modelo de la libre empresa, también llamado de libre mercado? Que todo aquel que quiera participar en la producción de bienes y servicios lo pueda hacer. ¿Qué supone dicha participación? Que todos los sectores de la actividad económica, así como todos los mercados, estén total y definitivamente abiertos a todo aquel que quiera participar, sin ningún privilegio otorgado por el gobierno. ¿Cuál es el resultado de dicha apertura? La mayor competencia posible entre oferentes y, por ello, la mayor competitividad de cada uno de los productores. ¿Y cuál es el resultado de esa competitividad? Menores precios, mayor calidad y mejor servicios, la trilogía de la competitividad, todo ello en beneficio de los consumidores.

¿A quiénes beneficia la libre empresa o el libre mercado? A los consumidores, no a los productores, quienes, por la competencia que enfrentan, no pueden cobrar precios mayores, limitándose así sus ganancias extraordinarias o, dicho de manera técnica, limitando la parte del excedente de la que se apropian, incrementándose la parte del mismo que va a parar a manos de los consumidores.

Quien esté a favor de los grandes empresarios, que en muchas ocasiones no pasan de ser empresarios grandotes (como dice Ricardo Medina, no confundamos lo grandote con la grandeza), están a favor del mercantilismo, es decir, del otorgamiento gubernamental de privilegios, desde el cierre de fronteras a las importaciones hasta el subsidio al costo de producción, con el fin inmediato de limitar o eliminar la competencia, con el fin mediato de elevar el precio, con el fin último de maximizar, a costa del consumidor, la ganancia extraordinaria del productor, que surge cuando, gracias a algún privilegio gubernamental, el oferente puede cobrar un precio mayor al que cobraría sin ese privilegio.

El mercantilista está a favor de los empresarios, y por esa misma razón está en contra de los consumidores. El mercantilista considera que la producción, sobre todo la nacional, es más importante que el consumo, razón por la cual privilegia aquella sobre éste, y lo hace limitando o eliminando la competencia entre productores, sobre todo entre nacionales y extranjeros.

El liberal, al contrario, reconoce que la actividad económica terminal es el consumo y que la producción es importante como medio para consumir, pero no en sí misma, razón por la cual privilegia al segundo sobre la primera, y lo hace por medio de la competencia, abriendo todos los mercados, y todos los sectores de la actividad económica, a la participación de todos los productores que quieran y puedan participar, al margen de cualquier privilegio otorgado por el gobierno.

Evidentemente que los primeros mercantilistas son los empresarios, quienes le piden al gobierno que, con el fin de “promover” su actividad, los protejan de la competencia, petición a la cual los gobernantes acceden con cierta facilidad, siempre en prejuicio de los consumidores.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.