Con todo el respeto (¿cuánto será?) que me merece el Libertador de las Américas, ¡qué ocurrencias de don Simón! ¡Pretender que los gobiernos le proporcionen a los gobernados la mayor suma de felicidad posible (misma que Bolívar cita antes que la mayor suma de seguridad posible, y que la mayor suma de estabilidad política posible, de lo cual se deduce que para él es más importante, en cuanto tarea del gobierno, dicha felicidad que la seguridad y la estabilidad), resulta un despropósito digno de un gubernamentólatra benthamiano!

Sé que Bolívar leyó, en general, a los pensadores de la Ilustración - Rousseau, Voltaire, Montesquie -, lo que no sé es si leyó, en particular, a Bentham, el principal representante del utilitarismo, cuyo grito de guerra, tomado prestado de Adam Ferguson, es La mayor felicidad para el mayor número. Pero lo haya leído o no[1], seguramente estaba al tanto del ideal utilitarista, lo cual pudo haberlo convertido en ese  gubernamentólatra benthamiano que claramente se deja ver en la afirmación de que el sistema de gobierno más perfecto es aquel que, primero que cualquier otra cosa, produce la mayor suma de felicidad posible, lo cual supone sacar al gobierno de sus casillas, y encomendarle una tarea con relación a la cual no tiene la más mínima probabilidad de éxito. ¡Producir la mayor suma de felicidad posible! ¡Vaya despropósito!, muy en línea con algunas exageraciones propias de la Ilustración, que en muchos otros sentidos tuvo grandes aciertos que siguen vigentes hoy.

Los gobernados debemos darnos por bien servidos si el gobierno garantiza, dentro de un margen aceptable[2], la seguridad contra la delincuencia y la impartición de justicia, el segundo punto señalado por Bolívar, algo que nunca garantizará al cien por ciento,  y mucho menos para el cien por ciento de los gobernados. En este sentido el gobierno siempre será un fracasado, sobre todo ante aquellos gobernados víctimas de algún delito, a los cuales obligó a entregarle parte del producto de su trabajo, ¡les cobró impuestos!, con la promesa de que les garantizaría la seguridad contra la delincuencia, garantía que no hizo válida, tal y como nunca la hace válida para la totalidad de los gobernados. Por ello digo que los gobernados debemos darnos por bien servidos si el gobierno garantiza, dentro de un margen aceptable, la seguridad contra la delincuencia y la impartición de justicia, a sabiendas de que siempre habrá gobernados perdedores, víctimas de la delincuencia y sin el consuelo (el castigo al delincuente) y la compensación (la reparación del mal) de la justicia.

Si los gobiernos, aún los más honestos y eficaces, no son capaces de garantizar al cien por ciento, y para el cien por ciento de los gobernados, la seguridad contra la delincuencia, cien por ciento de cumplimiento para el cien por ciento de la población que haría innecesaria la impartición de justicia, ¿resulta cuerdo pensar que su tarea es lograr la mayor suma de felicidad posible, y que el gobierno que lo logre será el más perfecto de todos? ¿La felicidad de la gente, depende del gobierno, de tal manera que el gobernado tiene el derecho de exigírsela al gobernante? ¿Y si el gobernante cree que su tarea es hacer feliz al gobernado, no terminará diciéndole Haz lo que yo te diga y serás feliz, que es la más cándida de las justificaciones de cualquier dictadura?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.