¿Cuántas arbitrariedades, de parte de quienes, detentando el poder político, han violado vidas, libertades y propiedades, no se le deben a Platón y a las ideas que expuso, sobre todo en el diálogo La república, en torno al estado ideal, estado al cual todos debían someterse, ya que cada uno no es más que una parte del mismo, y cada una de las partes debe estar en función del todo, salvo, ¡claro!, aquellos que deciden cuál es el lugar y tarea de todos los demás, todos los demás que terminan siendo los esclavos de aquellos en quienes encarna la voluntad del Estado, ya escrito a partir de este momento, para no dejar lugar a dudas, con e mayúscula?

Considerar al Estado como un organismo, entendido como un conjunto de órganos ordenados en función, no del bien de cada uno de ellos, sino del bien del organismo mismo, supone partir, no de lo que es, la realidad, sino de lo que alguien considera debería ser, un ideal. El problema es que cuando la realidad no concuerda con el ideal, y por lo general no lo hace ya que el ideal surgió del descontento con la realidad, la segunda deberá someterse a los imperativos del primero, lo cual quiere decir que la voluntad de la mayoría deberá plegarse a la voluntad de la minoría, que es la que ha concebido el ideal y, ¡más peligroso todavía!, adquirido el poder para imponerlo a sangre y fuego, con la justificación de que se trata, ¡ni más ni menos!, de lo ideal.

En la literatura encontramos excelentes muestras de todo ello. En el campo de la ficción tenemos, citados por orden cronológico, Nosotros, de Yevgeny Zamyatin, de 1921; Un mundo feliz, de Aldous Huxley, de 1932; Himno, de Ayn Rand, de 1938, y 1984, de George Orwell, de 1949, todas ellas obras en las que se relata la vida del ser humano bajo condiciones en las cuales lo que se intenta desparecer es el adjetivo humano para que quede solamente el sustantivo ser. El problema es que del concepto ser humano lo que importa es el adjetivo no el sustantivo, y sin el adjetivo el sustantivo queda desustantivado.

El ser humano lucha por ser humano, no solamente por ser. El ser humano debe ser humano, no solamente ser, para lo cual no debe ser reducido a la condición de órgano de un organismo, parte de un todo, reducción que atenta contra su humanidad, intentando dejarle solamente el ser, que en tales condiciones ya no sería su ser. El problema que enfrentan quienes pretenden tal reducción, es que el ser humano jamás puede dejar de ser humano, para solamente ser, tal y como lo muestran D-503, Bernard Marx, Igualdad 7-2521 y Winston Smith, los personajes principales de Nosotros, Un mundo feliz, Himno y 1984, dos de los cuales no son nombrados sino numerados.

En un organismo cada uno de los órganos existe y opera, al final de cuentas, en función del organismo, y ello de manera natural, de la misma manera que en un mecanismo cada una de las partes existe y opera, por principio de cuentas, en función de la máquina, y ello también de forma natural. El caso de las colectividades humanas es distinto porque los seres humanos no existimos y no actuamos, ni por principio de cuentas, ni al final de ellas, en función de los demás, siendo que nunca llegamos a conformar nada semejante, ni a un organismo, ni mucho menos a un mecanismo, y todo intento, inspirado en algún ideal, por lograrlo resulta contranatural y por ello inhumano.

Se dirá que después de los horrores, tanto de derecha (fascismo) como de izquierda (comunismo), del siglo XX, los seres humanos quedamos curados de espantos. Pero cuidado, ya que cada vez que alguien habla, por ejemplo, de la necesidad de contar con un proyecto de nación, lo hace a partir de alguna idea organicista y/o mecanicista de la sociedad, proyecto de nación que encarnará el ESTADO, escrito a estas alturas con todas sus letras mayúsculas. Lo que va con la libertad no es un proyecto de nación, sino una nación en la cual cada uno, respetando los derechos de los demás, y sin ningún privilegio otorgado por el gobierno, pueda sacar adelante sus propios proyectos.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.