¿Cuál es la receta keynesiana para conseguir más producción, más empleos y más ingresos? Más gasto gubernamental. La “lógica” es la siguiente: más gasto gubernamental se traduce en más demanda por bienes y servicios, más demanda por bienes y servicios se traduce en más producción de bienes y servicios, y más producción de bienes y servicios se traduce en más empleos y más ingresos. ¿Cómo lograr más empleos y más ingresos? Aumentando el gasto gubernamental.

La clave del asunto está en la manera de financiar el aumento en el gasto del gobierno, ya que, si se financia con más impuestos, lo que el gobierno gasta de más es lo que los contribuyentes gastan de menos, y no hay un aumento en la demanda por bienes y servicios. Lo mismo sucede si el mayor gasto gubernamental se financia con más deuda: lo que el gobierno gasta de más es lo que sus acreedores gastan de menos, y no hay un incremento en la demanda por mercancías. En ambos casos hay una recomposición de la demanda - el gobierno gasta más y los contribuyentes y acreedores gastan menos -, pero no un aumento en la misma, razón por al cual, siguiendo la “lógica” de la receta keynesiana, no se origina ni más producción, ni más empleos, ni más ingresos. La receta keynesiana supone que el gobierno gaste más, sin que nadie más gaste menos, razón por la cual el mayor gasto gubernamental no puede financiarse, ni con impuestos, ni con deuda, sino con emisión primaria de dinero: impresión de billetes y acuñación de moneda. Solamente así el gobierno gasta más sin que nadie más gaste menos, y solamente así se logra un aumento en la demanda por bienes y servicios.

Un mayor gasto del gobierno, financiado con emisión primaria de dinero, da como resultado un incremento en la demanda por mercancías. Sin embargo, dicho aumento en la demanda no necesariamente se traduce en un aumento en la producción. Ello depende, uno, de la capacidad instalada de la oferta para responder con mayor producción al aumento en la demanda, es decir, de la capacidad ociosa de la planta productora y, dos, de la voluntad de los empresarios para, suponiendo que tengan la capacidad instalada para hacerlo, hacerlo, es decir, de sus expectativas con relación al futuro inmediato.

Supongamos que, con capacidad instalada ociosa, y con la voluntad de los empresarios para hacerlo, un incremento en la demanda por bienes y servicios se traduce en un aumento en la producción. ¿Ello se traducirá en más empleo y más ingreso? No necesariamente, ya que la mayor producción puede lograrse, no con el mismo trabajo de más gente (aumento en el empleo), sino con la misma gente trabajando mejor (incremento en la productividad).

Lo único cierto de la receta keynesiana es que un mayor gasto gubernamental, financiado con emisión primaria de dinero, sí se traduce en una mayor demanda por bienes y servicios. Los siguientes pasos – aumento en la producción, el empleo y el ingreso -, resultan inciertos y dependen de que se cumplan ciertas condiciones que, de no cumplirse, generan inflación: si ante un incremento en la demanda la oferta no aumenta entonces lo que se incrementa son los precios.

Cuando los gobiernos aplican sistemáticamente la receta keynesiana la demanda por bienes y servicios aumenta constantemente más que su oferta y el resultado es la inflación, es decir, el alza general, sostenida y dispareja de los precios, que afecta más a quienes menos ingreso generan, convirtiéndose en un impuesto (con la inflación el gobierno nos obliga a entregarle, por la pérdida del poder adquisitivo de nuestro dinero, parte del producto de nuestro trabajo) regresivo (quienes menos poder adquisitivo generan le entregan al gobierno una mayor proporción del mismo).

El problema no es que la fantasía keynesiana sea monomaniática. El problema es que el keynesianismo se ha vuelto, entre los gobernantes, monomaniático, mucho más allá de lo que, a primera vista, se podría suponer.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.