La frase de Constant, a final de cuentas, no va dirigida a la ley, que no se redacta y promulga por sí misma, sino al legislador, encargado de redactarla y promulgarla, con toda la responsabilidad que esa tarea supone, ya que la ley, cualquiera que sea, “elimina” la libertad del ser humano, “eliminación” que debe justificarse sin dar lugar a ninguna arbitrariedad.

¿En qué caso (subrayo y resalto el singular: caso) se justifica la “eliminación” de la libertad? En el caso en el que la misma se use para atentar contra la vida, la libertad y la propiedad de otra persona; en el caso en el que se use para matar, para esclavizar, para robar, razón por la cual la esencia de la ley se resume en tres preceptos: 1) No matarás; 2) No esclavizarás; 3) No robarás, ley que tiene como objeto hacer valer la justicia, definida como el respeto al derecho ajeno, mismo que se desdobla en tres: a la vida, a la libertad y a la propiedad.

La ley debe decirle al ser humano qué no hacer – no matar, no esclavizar, no robar -, lo cual supone “eliminar” su libertad para dañar a los demás, única justificación para dicha “eliminación”. La ley, entonces, abarca un frente relativamente reducido de la acción humana, “eliminando” la libertad de la persona en los casos en los que la misma se use para dañar a otra, dejándola en libertad en todos los otros frentes de su conducta.

Dicho de otra manera: la ley debe prohibir hacerle el mal a terceros, y nada más. Desafortunadamente, la ley ha violado ese límite, límite que la hace justa, y hoy, además de prohibir hacerle el mal a terceros, prohíbe en muchos casos hacerse daño a uno mismo (por ejemplo: la prohibición del consumo de drogas), y obliga, en un número de casos mayor que el anterior, y por medio de la redistribución, a hacerle el bien a los demás (por ejemplo: el cobro de impuestos a unos para subsidiar la alimentación, atención médica y educación de otros).

El problema es que los legisladores creen que todos los frentes de la acción humana deben estar planeados, conducidos, coordinados y orientados por la ley, creencia que explica la proliferación de leyes, que abarcan, por poner algunos ejemplos absurdos, desde las que pretenden fomentar la lectura (¿por qué no obligar a leer a punta de pistola?), hasta las que prenden desincentivar el consumo de tabaco (¿por qué no prohibir el consumo de cigarros, puros, pipas, etc.?), proliferación de leyes que muestran que, para quienes las redactaron y promulgaron, la sociedad es un enorme tablero de ajedrez, y los ciudadanos las piezas a mover, lo cual es producto de lo que Hayek llamó la fatal arrogancia, que consiste en creer, precisamente, que la sociedad es un enorme tablero de ajedrez, que los ciudadanos son las piezas a mover, y que los legisladores son los jugadores, dispuestos a poner cada pieza en su lugar y capaces de moverlas sabiamente. No otra cosa muestra la proliferación de leyes, que no responden a ninguna necesidad absoluta, que pretende mejoras hipotéticas, que no tienen ninguna garantía de éxito, que no deberían de existir. (Por ejemplo: en México tenemos desde la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, hasta la Ley General para el Control del Tabaco, sin olvidar, entre otras curiosidades, ¡la Ley sobre la Elaboración y Venta de Café Tostado y la Ley Orgánica del Seminario de Cultura Mexicana!)

¿Es tarea de la ley fomentar la lectura? Y, suponiendo que lo fuera, ¿es capaz de conseguirlo? ¿Es tarea de la ley desincentivar el consumo de tabaco? Y, suponiendo que lo fuera, ¿es capaz de conseguirlo? Muchos legisladores opinan que sí.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.