Analicemos, uno por uno, lo señalado por Brandly.

Primer punto: los electores que votan lo hacen por un paquete de propuestas electorales, ya que no hay manera de que voten, por ejemplo, a favor de la propuesta fiscal del candidato X y en contra de su propuesta en materia de política exterior. A la hora de votar el elector lo hace por el todo o por el nada, no habiendo medias tintas.

Segundo punto: los electores no votan frecuentemente, ya sea por que las elecciones no se realizan frecuentemente, ya sea porque, aunque se realicen frecuentemente, no les interesa votar, lo cual se traduce en electores con poca experiencia, precisamente en cuanto electores, experiencia que va más allá de la habilidad para tachar las opciones que aparecen en la papeleta electoral, y que supone, de entrada, la capacidad para analizar, lo más objetivamente que sea posible, las propuestas y promesas de los candidatos.

Tercer punto: todo elector sabe, suponiendo el sufragio efectivo, que su voto vale lo que vale uno entre millones, por lo que su eficacia para cambiar los resultados de una elección es prácticamente nula, lo cual no genera un incentivo eficaz para hacer que el elector vaya a votar, más allá del compromiso moral que el mismo tenga con la democracia, mismo que será menor entre más decepcionante resulte la democracia, misma que no es, ni remotamente, la maravilla que algunos demagogos señalan, y muestra de ello es lo dicho por Brandly.

Cuarto punto: dado lo anterior, la prácticamente nula eficacia del voto individual para cambiar los resultados de una elección, el elector medio, que por serlo es la mayoría, no tiene incentivos, uno, para conocer a fondo las propuestas de los candidatos; dos, para saber si son llevaderas, o no, a la práctica; tres, para prever cuáles pueden ser, de ser llevadas a la práctica, las consecuencias de tales propuestas.

Quinto punto: el candidato ganador no está obligado, por lo menos no legalmente, a cumplir las promesas que, durante la campaña, les hizo a sus electores potenciales, lo cual quiere decir que estos no cuentan con los medios legales para exigir dicho cumplimiento, ni, tampoco, con los medios metalegales para lograrlo. Una vez que el candidato ha sido electo el poder del elector sobre él se esfuma para, en el mejor de los casos, aparecer en la próxima elección y ejercerse, no sobre él, sino sobre los candidatos de su partido, lo cual quiere decir que bien puede ser que acabe pagando un justo (el candidato a elegir, que puede resultar un buen gobernante) por un pecador (el candidato ya electo que resultó un mal gobernante)

Con todas estas consideraciones negativas en torno a la democracia, ¿cómo es que, pese a ello, ella goza de buena prensa? Cito, por venir a cuanto, lo dicho por Steve H. Hanke: “La mayoría de las personas (…) se sorprendería al darse cuenta que la palabra “democracia” no aparece en la Declaración de Independencia (1776) o en la Constitución de EE.UU. (1789). También les sorprendería la razón por la cual la palabra democracia no está en los documentos fundadores de EE.UU. Contrario a lo que la propaganda ha hecho creer, los Padres Fundadores de EE.UU. eran escépticos y le temían a la democracia. Estaban al tanto de los peligros que acompañan a la tiranía de la mayoría. Los autores de la Constitución se esforzaron considerablemente en asegurarse que el gobierno federal no estuviese basado en la voluntad de la mayoría y no fuese, por lo tanto, democrático.”

Por ello, pongamos el punto sobre la i.