No ser útil a nadie significa tanto como carecer de valor.
¿Hasta qué punto, partiendo de lo dicho por el padre de la duda metódica, fue Descartes un convencido de la teoría del valor subjetivo, que en su caso, partiendo de lo dicho en la frase citada, supondría algo más que el valor de las mercancías, ya que Descartes habla del valor de la persona? Las personas, ¿tienen valor porque son valoradas por otras personas, o son valoradas por otras personas porque tienen valor? Con relación a las personas, qué fue primero, ¿el valor o la valoración?
Para responder hay que tener presente que, antes que hablar del valor, Descartes habla de la utilidad, y no de una cosa (por ejemplo: la utilidad del martillo), sino de la persona (por ejemplo: la utilidad de quien construye el martillo), utilidad de la persona de la cual depende, según lo dicho por Descartes, el valor de la persona, lo cual, pese a lo cuestionable que resulta, sobre todo desde el punto de vista de la dignidad de la persona, hacer depender el valor de ésta de su utilidad, utilidad que siempre lo es para alguien más (no ser útil a nadie, apunta Descartes), no deja, en cierto sentido, de ser cierto.
En cierto sentido, ¿cuál? El del trabajo, con todo lo que el mismo implica para el ser humano. ¿Queremos saber cuánto vale nuestro trabajo? No nos lo preguntemos a nosotros mismos, sino a los demás. ¿Y cuál es la pregunta que, si queremos saber por los demás cuánto vale nuestro trabajo, debemos hacerles? Muy sencillo: ¿cuánto están dispuestos a pagar por él? o, para ser más concretos, ¿cuánto están dispuestos a pagar por el producto de nuestro trabajo? Si la respuesta fuera nada, ¿en cuánto valorarían el producto de nuestro trabajo? En nada, lo cual supondría que, para quienes valoran en nada el producto de nuestro trabajo, somos unos inútiles. En este sentido Descartes tiene razón: no serle de utilidad a alguien es no tener ningún valor, en cuanto proveedor de satisfactores, para ese alguien, lo cual siempre es algo relativo: en cuanto proveedor de satisfactores, no absoluto: en cuanto persona como tal. Una persona total, absoluta y definitivamente inútil sigue teniendo el valor que como persona le corresponde, por el simple hecho (que de hecho nunca es un hecho simple) de ser, no esa cosa, sino ese alguien: persona.
Aclarado que la persona tiene un valor óntico, que no depende de su utilidad, queda claro que el valor integral (óntico más todos los otros) de la misma depende, en muy buena medida, de su utilidad, es decir, de la utilidad de su trabajo, por lo tanto, de la utilidad del producto de su trabajo, y que ese valor, al depender de esa utilidad, que siempre lo es para alguien más, depende de la valoración de los demás, no de la de uno mismo, tal y como debe ser si, uno, hemos de evitar los espejismos del autoengaño, al cual somos tan propensos, tal y como debe ser si, además, se ha de promover la colaboración eficaz entre los seres humanos, que tantos beneficios nos ha traído, precisamente por la vía de la utilidad, es decir, de la producción de satisfactores, por los que estamos dispuestos a pagar un precio, medida del valor que les otorgamos y de la utilidad que les concedemos a sus productores.
La dignidad de la persona depende del hecho de ser persona, pero el valor de la persona, sobre el valor que la persona tiene para las demás personas, depende en muy buena medida de la utilidad que pueda reportarle a los demás, visión utilitarista del valor de la persona que puede parcer políticamente incorrecta, pero que no lo es, ya que al final de cuentas de lo que se trata es de que la persona sea capaz de servir a su prójimo, ya sea gratuitamente, ya a cambio de algo. Y esa capacidad de servir al prójimo, y por lo tanto de serle útil, sin duda alguna que la agrega valor a la persona.
Por ello, pongamos el punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.