El ámbito de la libertad no es el del ser, sino el del poder ser y, más importante, el del deber ser. La libertad, definida como la capacidad del ser humano para decidir y elegir, y todavía más importante, para decidirse y elegirse, sobre todo frente al ser, frente a lo que ya es,es igual al poder que tiene el ser humano para introducir novedades en el mundo (como claramente lo vio Carlos Llano y de lo cual Sartre extrajo consecuencias dramáticas: la libertad es una especie de maldición que nos enfrenta a la nada, de la cual el ser humano debe “extraer” su esencia), facultad para insertar esas novedades que supone ir más allá de lo que ya es, y de hacerlo, o en función de lo que se puede hacer (las novedades que se pueden introducir en el mundo), o en función de lo que se debe hacer (las novedades que se deben introducir en el mundo), correspondiendo lo primero (el poder) al ámbito de la técnica, y lo segundo (el deber), al de la ética, siendo que lo primero (el poder técnico) debe estar subordinado a lo segundo (el deber ético)[1].

Buen ejemplo de la libertad definida como el poder del ser humano para introducir novedades en el mundo lo tenemos en el progreso económico, definido como la capacidad, entre otras, para producir mejores bienes y servicios, servicios y bienes que, precisamente por ser mejores, son, al momento de ofrecerse por primera vez a los consumidores, novedades, algo nuevo, nunca antes producido y ofrecido, productos que van más allá del ser, es decir, de lo que hasta ahora ha sido. Se trata de lo que Schumpeter llamó el proceso de destrucción creativa: se crean (por ello lo de creativa) mejores productos que desplazan del mercado a los ya no tan buenos (por ello lo de destrucción). ¿Cuál es la condición de todo ello? La libertad definida, precisamente, como el poder de ser humano para introducir novedades en el mundo, novedades que, por ser no solamente eso, algo nuevo, sino sobre todo algo mejor, se convierten en lo esencial del progreso económico, que supone, no solamente producir más bienes y servicios, sino producir mejores servicios y bienes que eleven el bienestar de los consumidores, que mejoren su nivel de vida.

¿Qué quiere decir todo lo anterior? Que el ser humano no se encuentra totalmente predeterminado por el ser, por lo que ya es, sino que, en buena medida, se puede autodeterminar hacia el poder ser, o hacia el deber ser, lo cual quiere decir que en todo momento el ser humano es lo que ha venido siendo y que será lo que decida ser, de tal manera que el presente es ese tiempo de tensión entre la predeterminación, que viene del pasado, y la autodeterminación, que apunta hacia el futuro, predeterminación que no es total, autodeterminación que no es omnipotente, de tal forma que soy lo que he sido y, a partir de ello, ¡no de cero!, seré lo que decida ser.

El ser humano nunca está totalmente predeterminado por su pasado, lo cual no quiere decir que superar esas predeterminaciones, y por ello autodeterminarse hacia el futuro, sea juego de niños: puede no serlo y resultar por demás difícil. Pero como lo apunta Iwasa: del hecho de ser lo que somos, no se sigue necesariamente que debamos ser lo que somos, ni mucho que debamos seguir siendo lo que somos, sobre todo cuando ese ser es contrario al deber ser, sin olvidar que el primer deber ser del ser humano es el de ser cada vez mejor, y que mientras haya vida esa posibilidad es real. El ser humano no es perfecto, y por ello es perfectible, algo que, bien pensado, es mejor, porque así siempre habrá algún deber ser por el cual luchar.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.