No golpees a los otros niños, es decir, no inicies la violencia en contra de alguien más. No tomes los juguetes de otros niños, es decir, respeta la propiedad de los demás. Y eso, respetar la propiedad de los demás, y no iniciar la violencia en contra de alguien más, son los fundamentos de la convivencia civilizada, que o es liberal o no será, por más que se la disfrace, civilizada.

Los fundamentos del liberalismo son estos dos principios: de no agresión y de propiedad privada. El principio de no agresión postula que nadie tiene derecho a iniciar la violencia en contra de alguien más, y que la única violencia aceptable es la que se ejerce para rechazar, en legítima defensa, la primera. El principio de propiedad privada postula que nadie tiene el derecho de privar a alguien más de aquello que legítimamente es suyo, comenzando por la capacidad que cada uno tiene para decidir y elegir y, sobre todo, para decidirse y elegirse, todo lo cual se resume en una sola palabra: libertad.

La libertad tiene sentido en la medida en la que es mi libertad, por la cual yo soy, para mí mismo, mi más original y radical propiedad, sin olvidar que la propiedad privada es la condición de posibilidad de la libertad individual, comenzando por el hecho de que gracias a que yo soy mi más original y radical propiedad es que puedo, de manera radical y original, decidirme y elegirme.

No inicies la violencia en contra de alguien más. Respeta la propiedad de los demás. Todo mundo lo entiende, todo mundo lo acepta, hasta el punto en el que el gobierno es el que inicia la violencia en contra de los gobernados, hasta el punto en el que el gobierno es el que viola la propiedad de los gobernados, lo cual hace al mismo tiempo y por la misma acción: el cobro de impuestos. Al cobrar impuestos el gobierno ejerce, de manera inicial, no en legítima defensa, violencia en contra del contribuyente: lo obliga a entregarle parte del producto de su trabajo. Al cobrar impuestos el gobierno viola la propiedad del contribuyente: lo obliga a entregarle parte del producto de su trabajo. Lo curioso del caso es que, precisamente por tratarse del gobierno, parece ser que las dos máximas - no inicies la violencia en contra de alguien más; respeta la propiedad de los demás -, no aplican.

Desde la perspectiva liberal, siempre y cuando el gobierno se limite a hacer valer las dos máximas, se justifica que las viole: se justifica que el gobierno cobre impuestos, iniciando la violencia en contra de los contribuyentes y violando su derecho a la propiedad si, con los recursos así adquiridos, le garantiza a los gobernados que nadie más los obligará (inicio de violencia) a entregarle otra parte de sus propiedades (violación de la propiedad). El problema es doble: 1) no hay gobierno capaz de garantizarle a todos sus gobernados, y en todo momento, los principios de no agresión y de propiedad privada; 2) los gobiernos, sin excepción, pretenden hacer mucho más que garantizar esos dos principios, e intentan volverse desde ángeles de la guarda, y preservar a los gobernados de todos los males, hasta hadas madrinas, y concederles todos los bienes, lo cual supone una violación masiva de ambos principios que son, al final de cuentas, los fundamentos de la convivencia civilizada.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.