¿Es un hecho, o no lo es, que los seres humanos tenemos derechos? El hecho es que en muchos casos, desafortunadamente todavía no en todos, nos comportamos como si fuera un hecho que los seres humanos tenemos derechos, exigiendo que los mismos se respeten. Ahora bien: si es un hecho que en la práctica nos comportamos como si fuera un hecho que los seres humanos tenemos derechos, ¿no supone todo ello que efectivamente los tenemos, independientemente del origen de los mismos? Claro que sí: el que uno no pueda explicar el origen de una realidad no implica que esa realidad no exista; el que uno no conozca la causa de un hecho no implica que ese hecho no exista; el que uno no tenga claro el porqué de algo no implica que ese algo no exista. No hay que confundir el desconocimiento del origen de una realidad, de la causa de un efecto, del porqué de algo, con la inexistencia de ese algo, de ese efecto, de esa realidad.

El hecho, innegable, de que en muchos casos nos comportamos como si los derechos de la persona existieran, respetándolos nosotros y exigiéndole a los demás que también los respeten, es muestra de que los derechos existen, independientemente de su origen, su causa o su porqué. Llegados a este punto se puede argumentar que el hecho de que en muchos casos, ¡pero no en todos!, nos comportemos como si los derechos de la persona existiesen, es, ¡nada más ni nada menos!, que la prueba de que tales derechos no existen, momento de tener clara la diferencia entre la existencia de algo y el respeto de ese algo, reconociendo que la mera existencia de algo no supone necesariamente su respeto, lo cual, cuando ese algo es un derecho, tiene singular importancia, ¡sobre todo para la ética!, porque ello quiere decir que el respeto a los derechos es consecuencia de la libertad, condición indispensable para la responsabilidad moral, tanto de quien los viola, como de quien los respeta. En el primer caso la responsabilidad moral ocasiona el repudio y el castigo, en el segundo es la causa del aplauso y el premio.

¿Qué es lo que se discute: la existencia de los derechos o su origen? Desde el punto de vista filosófico la discusión en torno al origen de los derechos del ser humano resulta apasionante, discusión que oscila entre el iusnaturalismo, que a grandes rasgos afirma que el ser humano tiene derechos por naturaleza, y el positivismo que, de manera muy esquemática, afirma que al ser humano se le dan derechos por concesión, posturas cuyas consecuencias prácticas pueden resultar antagónicas, en el sentido de que el iusnaturalismo no puede escapar a la realidad de los derechos naturales del ser humano, derechos que son anteriores y superiores a la ley positiva[1], cuya tarea es reconocerlos plenamente, mientras que el positivismo crea, por medio de la ley, la ficción de los derechos positivistas, que son inferiores y posteriores a dicha ley, cuya tarea es inventarlos arbitrariamente. En el caso del iusnaturalismo el legislador está sometido a los derechos naturales, en el caso del positivismo los derechos positivistas están sometidos al legislador. En el caso del iusnaturalismo es derecho aquello que lo es por naturaleza, en el caso del positivismo es derecho aquello que el legislador dice que es derecho, ¡siéndolo entonces por graciosa concesión del mismo! En el caso del iusnaturalismo la ley es la garante de los derechos del ser humano, en el caso del  positivismo puede ser la amenaza de los mismos. En el caso del iusnaturalismo lo que importa es la justicia, que obliga a que las leyes sean justas, y en el caso del positivismo lo importante es la ley, independientemente de que sea justa o no. En el caso del iusnaturalismo es justo lo que es justo por naturaleza, en el caso del positivismo es justo lo que la ley, y por lo tanto el legislador que la redactó y promulgó, dice que es justo, aunque por naturaleza no lo sea.

Evidentemente que, aunque los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, que son los derechos de los que he venido hablando, no lo fueran por naturaleza, hay que actuar como si lo fueran, única manera de atajar los excesos de injusticia y defectos de justicia del positivismo.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.