Tesis socorrida entre los liberales es que a más impuestos menos incentivos al trabajo, lo cual tiene cierta lógica, que se explica yéndonos al ejemplo extremo: ¿qué incentivo existiría para trabajar si el gobierno obligara al trabajador a entregarle, por la vía del cobro de impuestos, el cien por ciento del producto de su trabajo, es decir, si el gobierno lo esclavizara? Ninguno: por eso es que a los esclavos hay que obligarlos a trabajar.

Esa lógica –a más impuestos menos incentivos al trabajo– es clara en el ejemplo extremo ya señalado, pero no en muchos otros, lo cual juega a favor de los recaudadores, ya que los contribuyentes caen en una trampa. Me explico. Supongamos al contribuyente A, que genera un ingreso de $10,000, que paga un impuesto del 10 por ciento, por lo tanto $1,000, y que gasta, para satisfacer correctamente sus necesidades básicas, los restantes $9,000. Supongamos que el gobierno, ¡en su afán recaudatorio!, aumenta la tasa impositiva al 20 por ciento, de tal manera que ahora el ingreso disponible de A –que es el ingreso que resta una vez que se han pagado los impuestos– es de solamente $8,000, cantidad insuficiente para poder satisfacer correctamente sus necesidades básicas, que son aquellas que, de quedar insatisfechas, atentan contra la salud o la vida del ser humano. ¿Qué tiene que hacer A si no quiere quedarse con necesidades básicas insatisfechas? Generar más ingreso, es decir, trabajar más.

Para, con una tasa impositiva del 20 por ciento, generar un ingreso disponible de $9,000, el mínimo necesario para la correcta satisfacción de las necesidades básicas de A, éste requiere generar un ingreso de $11,250, un 22.5 por ciento mayor que el que generaba antes del alza en la tasa impositiva, cuyo efecto fue, no desincentivar su trabajo, sino obligarlo a trabajar más. ¡El contribuyente cayó en la trampa: tiene que pagar más impuestos y tiene que trabajar más!

El ejemplo anterior, que podrá no ser la regla, pero que tampoco es la excepción, muestra que no todo impuesto al ingreso desincentiva el trabajo, sino que, por el contrario, puede obligar al contribuyente a trabajar más, situación que juega a favor del recaudador, que cuenta con la ventaja de que el contribuyente, al menos A, necesita un mínimo ingreso disponible para satisfacer sus necesidades básicas, que precisamente por serlo deben ser satisfechas, lo cual en su caso se logra generando más ingreso, es decir, trabajando más.

Si aceptamos, de manera realista, que la mayoría de los seres humanos no se contenta con la satisfacción de las necesidades básicas, y que muchos aspiran a poder satisfacer gustos, deseos y/o caprichos, para lo cual se requiere una determinada cantidad de dinero, la situación de A puede repetirse en otros casos, sobre todo si B, C y D no están dispuestos a renunciar a la satisfacción de esos caprichos, deseos y/o gustos, para lo cual, suponiendo una alza en la tasa impositiva, necesitan aumentar su ingreso disponible, para lo cual deben aumentar su ingreso, para lo cual deben trabajar más, repitiéndose el caso de A: ¡cayeron en la trampa!

Aceptar, como lo hacen los que favorecen los llamados impuestos al vicio, que éstos son capaces de reducir, o inclusive eliminar, consumos nocivos –aceptación, dicho sea de paso, poco realista– lleva lógicamente a la conclusión a la que llega Moga: los impuestos desincentivan las acciones que gravan, comenzando por la generación del ingreso, lo cual, en ciertos casos, y dentro de ciertos límites, no necesariamente es cierto, lo cual no quiere decir, ¡ni remotamente!, que yo defienda el alza de impuestos y los impuestos elevados, que en el caso de A lo obligan a tributar más y a trabajar más.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.