¿Qué es, en el sentido económico del término, el capital? Según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia de la Lengua, capital es el “factor de producción constituido por inmuebles, maquinaria o instalaciones de cualquier género, que, en colaboración con otros factores, principalmente el trabajo, se destina a la producción de bienes”, definición de capital que se limita al capital físico, siendo que el capital no se agota en terrenos, instalaciones, maquinaria y equipo, destinados a la producción de mercancías, sino en todo aquello, comenzando por conocimientos teóricos y habilidades prácticas (capital humano), pasando por el dinero (capital financiero), hasta llegar al capital físico (terrenos, instalaciones, maquinaria y equipo), capital que, en cualquiera de sus modalidades, es propiedad de alguien, misma que supone el derecho de usar ese capital con una sola condición: que al hacerlo no se violen derechos de terceros, violación que, cuando del uso del capital se trata, y dado que el capital es todo aquello que se usa para producir más y mejor, resulta imposible. ¿Qué derecho se viola si el capitalista usa su capital para producir más y mejor, logrando la trilogía de la competitividad: menores precios, mayor calidad y mejor servicio, siempre en beneficio de los consumidores?

El uso del capital, dice Bergoglio, debe ser voluntario, lo cual supone, uno, que el capitalista -que es el agente económico, no sólo dueño del capital, ¡sino creador del mismo!- pueda usar todo su capital para producir mercancías con el fin, dos, de obtener la mayor ganancia posible, lo cual solamente lo logra si el capitalista sirve al consumidor como el consumidor quiere ser servido, nada de lo cual plantea algún problema, mismo que surge cuando el gobierno es el que invierte capital, para lo cual, dado que el gobierno, como tal, es incapaz de crearlo, tuvo previamente que haberlo confiscado a sus legítimos dueños, los capitalistas privados, lo cual hace, en términos generales, tal y como lo apunta Bergoglio, para fines que van, desde alimentar burocracias hasta construir obras del gobierno, obras gubernamentales que habrá que ver qué tan redituables son, burocracias del gobierno que habrá que ver qué tan improductivas (¿antiproductivas?) resultan.

Bergoglio afirma que el capital invertido de forma voluntaria es legítimo, pero que el que se invierte a base de coerción es ilegítimo, afirmación que, si lo interpreto correctamente, hay que pulir para que quede así: “El capital, invertido por los capitalistas particulares, que previamente fue creado por los capitalistas particulares, y que por ello es propiedad de los capitalistas particulares, supone una inversión realmente productiva, pero el capital, invertido por los gobernantes, que no fue creado por ellos, y que por ello no es de su propiedad, razón por la cual llegó a sus manos por la vía de la expropiación, bien puede suponer una inversión poco productiva (esas que se califican como elefantes blancos), momento de recordar que si una inversión resulta productiva algún capitalista privado la llevará a cabo, y que si no resulta productiva nadie, ¡mucho menos el gobierno!, debe realizarla. Y, sin embargo, los gobiernos las realizan, siempre con cargo a los contribuyentes, a quienes el pago de impuestos redujo la cantidad de capital a su disposición, es decir, la capacidad para producir, de manera verdaderamente productiva, más y mejor.

¿Cuáles son las inversiones legítimas, y legítimas por productivas, capaces de aumentar el capital invertido? Las que llevan a cabo los capitalistas privados. ¿Cuáles son las ilegítimas, e ilegítimas por improductivas, capaces de disminuir el capital invertido? Las que llevan a cabo los gobiernos.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.