Poca gente desea la libertad. La mayoría desea tan sólo un amo justo.
Tal vez ésta sea la razón por la cual los gobiernos ángel de la guarda (que pretenden preservar a los ciudadanos de todos los males, comenzando por los que puedan hacerse a sí mismos) y hada madrina (cuya intención es conceder todos los bienes, hasta los que no son indispensables para la sobrevivencia), han tenido tanto éxito: porque a la gente le interesa que la cuiden y que le den, tal y como sucede con los niños, tal y como no debería suceder con los adultos; tal y como sucede con los esclavos, sobre todo si el amo es justo, tal y como no debería de suceder con la persona libre, que lo es, en primer lugar, por haber comprendido que ella, y sólo ella, es la responsable de su vida y de su bienestar, vida que se mantiene, y bienestar que se incrementa, a partir del trabajo propio, cuyo producto puede intercambiarse por parte del producto del trabajo de alguien más.
Ser libre, en esencia, es estar cada quien en sus propias manos, lo cual no quiere decir que los demás no le puedan echar a uno una mano, o que uno no se la pueda echar a otros, algo que puede hacerse de dos maneras: 1) sin esperar nada a cambio; 2) esperando algo a cambio. En el segundo caso se trata del mercado, definido como el intercambio entre oferentes y demandantes, intercambio por el cual ambas partes ganan, ya que valoran más lo que reciben que lo que dan, lo cual da como resultado la ayuda mutua. En el primer caso se trata de la beneficencia, definida como la ayuda que alguien le presta a alguien más, de manera voluntaria, y sin esperar nada a cambio, beneficencia que tiene valor moral por ser, precisamente, voluntaria, valor moral que se pierde cuando es impuesta por el Estado Benefactor, esencialmente redistribuidor, que le quita a A lo que SÍ es de A, para darle a B lo que NO es de B, lo cual no es beneficencia sino robo. Ser libre, esencialmente, es estar cada quien en sus propias manos, y decidir cuándo intercambia y cuándo ejerce la beneficencia, sin que el gobierno obligue, sobre todo, a lo segundo, obligación que, lo digo de manera figurada, transforma la beneficencia en robo.
La “ventaja” de un esclavo propiedad de un amo justo es, uno, que no debe decidir ni elegir, ¡eso lo hace el amo por él!, y, dos, que tiene asegurada la subsistencia, ¡el amo le da alimento, ropa y techo! Dicho de otra manera: está bien comido y bien cuidado (porque eso: esclavos bien comidos y bien cuidados, capaces de trabajar duro, es lo que le conviene al amo), y no enfrenta la responsabilidad que es la consecuencia inevitable de haber decidido y haber elegido. Según Salustio, mucha gente se conforma con eso: no responsabilidad, sí comida, lo cual hoy se logar, hasta cierto punto, con el Estado Benefactor, que genera sociedades con ciudadanos peticionarios, Estado Benefactor que, en los tiempos de Salustio (quien vivió de 86 a.C a 34 a. C.) todavía no existía, y que surge cuando las necesidades se comienzan a concebir, equivocadamente, como derechos, y las obligaciones correspondientes a esos derechos como obligaciones positivas. Ejemplo: la necesidad de alimentación se concibe como derecho a la alimentación, y la obligación correspondiente a ese derecho se concibe como positiva, es decir, como la obligación de alguien más de darle de comer al titular del mentado derecho, todo lo cual es erróneo. El derecho a la alimentación es, uno, derecho a la libertad individual para trabajar y conseguir alimentos y, dos, derecho a la propiedad sobre esos alimentos, derechos que tienen como contrapartida obligaciones negativas: NO impedir el trabajo de alguien más para conseguir alimentos, NO robar los alimentos conseguidos por alguien más. Así entendido, el derecho a la alimentación supone la libertad, es decir, el hecho de que cada quien está en sus propias manos, libertad que no entienden quienes defienden al Estado Benefactor, ¡que dista mucho de haber desaparecido!, muchos de cuyos beneficiaros prefieren, al amo que da, que a la libertad de tener que buscar por sí mismos.
Por ello, pongamos el punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.