Rousseau no tenía simpatía por la sociedad comercial, en la cual el intercambio es la actividad económica central, de tal manera que se produce para vender y se compra para consumir, intercambio sin el cual la producción sale sobrando y el consumo resulta imposible, misma que, por estar centrada en el intercambio, y por lo tanto teniendo como punto de partida la división del trabajo y la especialización de las labores, que elevan de manera considerable la productividad, y por ello la producción, ha sido, históricamente, la única capaz de elevar el bienestar de las mayorías.

La sociedad comercial es economía de mercado, sobre todo en el sentido literal del término (otra es la economía de mercado en el sentido institucional del mismo, que tiene que ver con aquellas reglas del juego que permiten el mejor funcionamiento posible de los mercados, lo cual abarca, desde la preservación del poder adquisitivo de la moneda, hasta la mayor competencia posible en todos los sectores de la actividad económica y en todos los mercados de la economía), que es posible gracias al uso de un medio de intercambio, que permita superar los límites del trueque, medio de intercambio que es el dinero, al que Rousseau califica como bueno para nada, no dándose cuenta de la importante tarea que desempeña, al grado de poder afirmar que sin dinero la economía de mercado, con  todas sus potencialidades, sería imposible.

Se debe afirmar que, salvo una, el dinero no satisface directamente ninguna necesidad, y es por ello que Rousseau dice que hay que transformarlo para disfrutarlo, es decir, hay que cambiarlo por bienes y servicios con los que satisfacer necesidades, gustos, deseos o caprichos. En todo caso, diría Rousseau, el dinero satisface indirectamente necesidades, convirtiéndose, por medio del intercambio, en bienes y servicios que sí satisfacen directamente carencias, deleites, pretensiones o antojos. De acuerdo, el dinero no satisface directamente ninguna necesidad, ¡salvo una! ¿Cuál?

¿Cuál es aquella necesidad que de manera directa sí satisface el dinero, y de cuya correcta satisfacción depende la posibilidad de elevar el bienestar de la gente? La necesidad que tenemos, si queremos disponer de más (y también mejores) satisfactores, de facilitar lo más posible el intercambio, mismo que sólo puede llevarse a cabo de dos maneras; directa: la mercancía A a cambio de la mercancías B, o indirecta: la mercancía A a cambio de una cantidad X de dinero, y una cantidad X de dinero a cambio de la mercancía B. ¿Cuál de los dos tipos de intercambio es más eficaz? Si no lo tiene claro, imagínese qué pasaría si el dinero llegara a desaparecer y todo el intercambio tuviera que limitarse al trueque (la mercancía A a cambio de la mercancía B), sin posibilidad alguna de intercambio indirecto, usando dinero (la mercancía A a cambio de una cantidad X de dinero, y una cantidad X de dinero a cambio de la mercancía B). Su nivel de vida, medido por la cantidad, ¡pero sobre todo por la variedad!, de bienes y servicios que podría conseguir, ¿aumentaría, se mantendría igual, disminuiría?

No es verdad, como apunta Rousseau, que el dinero sea bueno para nada, tal y como lo vio Borges, quien, en El Zahir, escribió esto: “Nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda (una moneda de veinte centavos, digamos) es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro. Puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, puede ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café, puede ser las palabras de Epicteto, que enseñan el desprecio del oro; es un Proteo más versátil que el de la isla de Pharos. Es tiempo imprevisible, tiempo de Bergson, no duro tiempo del Islam o del Pórtico. Los deterministas niegan que haya en el mundo un solo hecho posible, id est un hecho que pudo acontecer; una moneda simboliza nuestro libre albedrío”. ¡El gran Borges!

Por ello, pongamos el punto sobre la i.