Lo dicho por Churchill, sobre todo en lo que al capitalismo se refiere, simple y sencillamente no es cierto. No es verdad que la falla –y mucho menos LA falla– del capitalismo –sobre todo si por capitalismo entendemos el sistema económico basado en la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal– sea la desigual creación de riqueza, desigual creación de riqueza que encuentra su razón de ser, no en el capitalismo, sino en la naturaleza humana. Por naturaleza los seres humanos, esencialmente iguales, somos accidentalmente diferentes, y esas diferencias abarcan, de manera importante, a la productividad (capacidad de hacer más con menos) y a la competitividad (capacidad de hacerlo mejor que los demás), distribuidas naturalmente de manera desigual entre los seres humanos.

Aclarado el punto, y parafraseando a Churchill, podemos afirmar que el principal acierto del capitalismo es que, con la condición (¡nada es gratis!) de que se emprenda, se invierta, se produzca, se innove, etc., etc., etc., hace posible, como ningún otro sistema económico, la creación de riqueza y, por ello, la producción de mercancías y la generación de ingreso, con la ventaja de que, si realmente es capitalismo, es decir, el sistema económico basado en la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal, y por lo tanto sin intervenciones del gobierno, ni a favor (otorgamiento de privilegios) ni en contra (imposición de trabas) de los agentes económicos, el resultado final (buena o mala suerte aparte) depende de cada quien, es decir, de la productividad y competitividad de cada cual, tal y como corresponde a un arreglo institucional que respete la dignidad de la persona, que demanda que cada quien salga adelante gracias al trabajo propio, es decir, de forma autónoma e independiente, y no subordinado y sometida a las dádivas del gobierno ángel de la guarda y hada madrina.

Llegados a este punto, vale la pena resaltar que lo que Churchill afirma es que en el capitalismo la riqueza se genera de manera desigual, afirmación que parte del reconocimiento de que la misma se genera, aunque de manera desigual, pero lo importante, y por lo que hay que defender al capitalismo, es lo primero, no lo segundo, ¡por lo cual no habría que descalificarlo!, sobre todo porque esa desigual creación de riqueza no es culpa de ese sistema económico basado en la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal, sino de la naturaleza humana, que nos hace esencialmente iguales, pero accidentalmente diferentes, diferencias que abarcan también la capacidad para hacer más con menos (productividad) y la capacidad para hacerlo mejor que los demás (competitividad). Un sistema económico basado en la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal, es uno que parte del reconocimiento y respeto de la esencial igualdad de los seres humanos, condición para que cada cual, en función de las diferencias accidentales, que no sólo son innatas sino también adquiridas, pueda llegar hasta donde su capacidad, su esfuerzo y su ambición lo lleve, algo que, identificado como esencial al capitalismo, es criticado y reprobado por comunistas, socialistas, mercantilistas y demás gubernamentólatras, quienes creen en el gobierno redistribuidor de la riqueza y no en el individuo creador de la misma.

Por último, tampoco es verdad que en el socialismo se reparta equitativamente la pobreza, ¡y para comprobarlo nada más hay que ver cómo viven los líderes socialistas! En el socialismo se impide, a partir de la capacidad, el esfuerzo y la ambición de cada quien, la creación de riqueza y, si es que se crea alguna, entonces el gobierno la redistribuye, quitándole a A lo que es de A para darle a B lo que no es de B, redistribución que hoy es la esencia del acto de gobernar. Gobernar hoy es sinónimo de redistribuir.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.