¿Existen, o no existen, leyes naturales que regulan la conducta de los agentes económicos?, pregunta que, para su correcta respuesta, debe partir de esta otra: ¿qué son las leyes naturales? Aquellas que son anteriores y superiores al ser humano. Anteriores: no fueron ni redactas ni promulgadas por ser humano alguno (alguien más –¿quién?, porque no pudo haber sido un qué– lo hizo). Superiores: el ser humano no puede violarlas impunemente (en el pecado se lleva inevitablemente la penitencia). Ejemplo de una ley natural es la ley de la gravedad, que no fue redactada y promulgada por el ser humano (no es Dios), y que ningún ser humano puede violar impunemente (no es Superman).

Teniendo claro lo que son las leyes naturales, ¿existen leyes naturales que regulan el comportamiento de los agentes económicos? Sí, claro que sí, y un buen ejemplo de ellas –uno entre muchos– lo es la ley de la utilidad marginal decreciente, que señala que a medida que se consumen unidades adicionales de algún satisfactor (con el fin de satisfacer alguna necesidad), la utilidad (el grado de satisfacción) que cada unidad adicional reporta resulta menor (la necesidad se va satisfaciendo, por lo que el estado de insatisfacción va siendo cada vez menor), hasta que llega el momento en el que la satisfacción proporcionada por una unidad más del satisfactor es igual a cero (el estado de insatisfacción ha sido plenamente superado, por lo que la necesidad ha quedado totalmente satisfecha), momento en el cual se deja de consumir. Esta ley, la de la utilidad marginal decreciente, es anterior y superior al ser humano, y describe la realidad, no prescribe un comportamiento.

¿Qué sucede cuando los legisladores –esa clase de seres humano que, si no comprende bien su tarea, se convierten en una amenaza para la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal–, redactan y promulga leyes positivas que prescriben conductas contrarias a las que describen, ¡y prescriben con la fuerza de la naturaleza!, las leyes naturales? ¿Qué sucede cuando, por medio de esas leyes positivas (definidas como las redactadas y promulgadas por los seres humanos) los legisladores intentan crear un deber ser esencialmente contrario al ser? ¿Qué sucedería si se promulgara una ley que prescribiera que, una vez iniciado el consumo de un satisfactor, el consumidor está obligado a consumir cada vez más unidades del mismo, actuando en contra de lo que describe la ley de la utilidad marginal decreciente? Lo que sucedería, si el gobierno fuera capaz de hacer valer esa ley, es que el consumidor moriría de hartazgo, es decir, de un sobreconsumo, lo cual sería una muestra de lo dicho por Goslin: la legislación no puede cambiar la realidad de las leyes económicas, por lo que, si lo intentan, ¡tendremos las consecuencias!

Yo no sé de ningún legislador que haya hecho algo tan absurdo como redactar y promulgar una ley que vaya en contra de la ley de la utilidad marginal decreciente, pero ésta no es la única ley natural que regula la conducta de los agentes económicos, habiendo muchas otras, una de las cuales es la que yo llamo la primera ley de los mercados: allí donde el consumidor está dispuesto a pagar el precio a cambio del cual el oferente está dispuesto a proveerlo, habrá oferta, y no se trata de una ley prescriptiva, que señala  lo que debe ser, sino de una ley descriptiva, que indica lo que es, primera ley de los mercados que explica el fracaso de todas las prohibiciones que, con relación a ciertos consumos, y de manera por demás arbitraria, han impuesto los gobiernos una y otra vez, con los resultados que una y otra vez se han dado, ¡y se seguirán dando!, con la doble consecuencia que no podemos pasar por alto: se ocasionan más problemas de los que se pretendían resolver, y el que se pretendía resolver (muy probablemente) se agrava. ¿Por qué cuesta tanto trabajo entenderlo y, más importante, actuar en consecuencia?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.