La libertad consiste en la facultad, el poder, la capacidad de la persona para decidir y elegir y, sobre todo, para decidirse y elegirse, libertad que coloca a la persona en sus propias manos, no en las manos de alguien más.

Si el núcleo de la dignidad de la persona consiste en su libertad, entonces el respeto a tal dignidad demanda el respeto a dicha libertad. Respetar la dignidad de la persona supone respetar sus decisiones y elecciones, aún en los casos en los que las mismas sean equivocadas y tengan como resultado un perjuicio para la persona que ha decidido y/o elegido erróneamente. Se trata, ni más ni menos, de los riesgos de la libertad, mismos que son consustanciales a aquella. Ser libre, como lo ha indicado Othmar K. Amagi, no es sinónimo infalibilidad, como tampoco lo es de omnipotencia.

Mientras alguien, al decidir y elegir, y sobre todo, al decidirse y elegirse, no viole los derechos de terceros, tiene todo el derecho de decidirse y elegirse, de decidir y elegir, derecho que debe ser plenamente reconocido, puntualmente definido y jurídicamente garantizado por la ley, por el Estado, por los gobiernos, ¡sin ninguna restricción!, en el entendido de que si la persona decide y elige mal, y resultado de ello sufre algún daño o padece algún perjuicio, ella, y solamente ella, es la responsable por todo ello, con todo lo que esa responsabilidad implica frente a terceros: no obligarlos, de ninguna manera y en ninguna medida, a cargar con parte de esa responsabilidad. La libertad va irremediablemente unida a las dos erres: la erre del riesgo y la erre de la responsabilidad. No hay verdadera libertad sin las dos erres.

El respeto a la dignidad de la persona, cuyo núcleo es la libertad, demanda que la tarea esencial de la ley, el Estado y los gobiernos sea prohibir el ejercicio de la libertad cuando el resultado sea la violación de los derechos de terceros, lo cual quiere decir que el único límite válido al ejercicio de la libertad, núcleo de la dignidad de la persona, es el respeto a la dignidad de las otras personas, lo cual supone el respeto a sus derechos. Cuando la ley, el Estado, los gobiernos pretenden algo más, ¡y una y otra vez lo pretenden!, entonces lo que intentan es imponer modos de vida que la persona libremente no hubiera elegido, lo cual resulta, en el sentido literal del término, dictatorial, por más buenas que sean la intenciones del dictador, sin olvidar que el resultado puede ser contrario al objetivo buscado (buen ejemplo de todo ello es la prohibición del consumo de drogas).

El liberalismo (libertarianismo, como lo llama Rothbard) no supone un proyecto de nación, al cual todos los ciudadanos tendrían que sumarse, sino una nación en la cual cada quien, sin la ayuda de algún privilegio gubernamental, y con la única condición de respetar los derechos de los demás, pueda intentar sacar adelante sus propios proyectos, para lo cual la única restricción que debe imponer la ley, el Estado y los gobiernos es la de no violar los derechos de los demás. La única restricción común, en el sentido de que todos deben respetarla, en una sociedad liberal es: No dañarás a los otros. Cumplida esta restricción, que cada uno haga lo que la de la gana, en pleno ejercicio de su libertad, sin olvidar que la misma supone, inevitablemente, las dos erres: riesgo y responsabilidad.

Hoy las leyes, el Estado y los gobiernos imponen restricciones a las decisiones y elecciones incompatibles con el respeto a la libertad individual y a la dignidad de la persona, lo cual es la consecuencia de creer, erróneamente, que los ciudadanos están allí para ser moldeados por la mano sabia y prudente del legislador o gobernante, lo cual es de una soberbia insufrible.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.