¿Debe el ser humano sobrevivir gracias al trabajo propio? ¿Tiene la persona el derecho al producto íntegro de su trabajo? Si alguien necesita o quiere aquello que es propiedad de alguien más, ¿la única manera justa de conseguirlo es ofreciendo algo a cambio? La respuesta a cada una de estas preguntas es afirmativa, y respetar tales respuestas es la base de la convivencia civilizada, caracterizada por el respeto a los derechos de los demás, es decir, por la práctica de la justicia, sin la cual no hay convivencia civilizada, misma que está basada en el mérito, es decir, en vivir gracias al trabajo propio, lo cual supone, uno, el derecho al producto íntegro de ese trabajo y, dos, en recurrir al intercambio cuando se necesita o se quiere algo que es propiedad de alguien más.

La meritocracia, entendida literalmente como el poder del mérito, siendo que mérito es “la acción que hace al hombre digno de premio o de castigo” así como “el resultado de las buenas acciones que hacen digna de aprecio a una persona”, es un elemento esencial de la convivencia civilizada, en el sentido de que la persona debe vivir gracias al mérito propio, lo cual, en el campo de la economía, quiere decir gracias a las acciones que producen riqueza y a la riqueza que es producto de esas acciones productoras (capaces de hacer) y productivas (capaces de hacer más con menos). Vivir gracias al mérito es vivir gracias al esfuerzo propio, gracias al trabajo productor, que es el trabajo capaz de producir los satisfactores necesarios para satisfacer necesidades, gustos, deseos y caprichos, y gracias al trabajo productivo, que es el trabajo capaz de producir más satisfactores con menos recursos humanos, temporales y materiales, logros que suponen un mérito singular: el de la producción productiva.

Para hacer realidad la meritocracia es necesario el laissez faire (dejar hacer) y el laissez avoir (dejar poseer), es decir, dejar trabajar y dejar poseer el producto del trabajo, partiendo del hecho de que se trabaja a cambio de lo que se obtiene por el trabajo realizado, de tal manera que hay que dejar hacer para dejar poseer. Se trata de dos pasos de un mismo proceso, y sin el segundo el primero pierde sentido. Es el caso de la esclavitud: el esclavo hace (trabaja) pero no posee (no dispone del producto de su trabajo), tal y como sucede hoy en día allí donde el gobierno redistribuye, quitándole a A parte del producto de su trabajo, para darle a B lo que no es producto de su trabajo, permitiendo el laissez faire (el gobierno le deja hacer a A) pero no el laissez avoir (el gobierno le quita a A parte del producto de su trabajo para darle a B lo que no es producto del suyo).

La meritocracia supone la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal. Por lo tanto supone el respeto, sobre todo de parte del gobierno, a la libertad individual para trabajar y producir, invertir y emprender, comprar y vender, consumir y ahorrar; a la propiedad privada sobre los ingresos y el patrimonio formado a partir de aquellos; a la responsabilidad personal sobre las ganancias y las pérdidas. A todo ello se opone el Estado benefactor, que en la práctica es gobierno redistribuidor, que crea grupos de presupuestívoros, grupos de peticionarios, grupos de dependientes de la dádiva gubernamental, que se otorga en función de las necesidades de los integrantes de esos grupos, con un agraviante: lo que el gobierno le entrega a B previamente se lo quitó a A, Estado benefactor - gobierno redistribuidor que es la regla hoy en día. ¿Qué gobierno, en mayor o menor medida, de una u otra manera, no redistribuye? Hoy gobernar es sinónimo de redistribuir, redistribución por la que algunos (los que reciben) satisfacen sus necesidades, ¡en función de sus necesidades!, no de sus méritos productores y productivos, lo cual, de entrada, va en contra de su dignidad: se les da sin producir.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.