La historia del dinero ha sido, en muy buena medida, la historia de los esfuerzos, del poder político, para apropiarse, en el sentido literal del término, del dinero, esfuerzos que han dado fruto en los sistemas monetarios contemporáneos, que sintetizan lo peor de tres mundos: el mundo del dinero fiduciario, sin valor intrínseco, sin respaldo de ningún tipo; el mundo del dinero fiduciario, ofrecido de manera monopólica por una entidad estatal, el banco central; el mundo del dinero fiduciario, ofrecido monopólicamente por el Estado, impuesto a la circulación como única moneda legal, síntesis que ha dado como resultado, una y otra vez, en mayor o menor medida, ¡pero sin fallar!, la pérdida del poder adquisitivo del dinero, en detrimento del consumo y, lo que es peor, del ahorro, y por ello de la inversión, binomio ahorro – inversión que es la llave del progreso económico.

Una vez que el dinero ha sido monopolizado por el poder político éste contrae el compromiso, con todos aquellos que generan ingresos monetarios, de mantener el poder adquisitivo de ese dinero, es decir, de esos ingresos, siendo esa, y ninguna otra, la responsabilidad de la autoridad monetaria: preservar el poder adquisitivo del dinero, es decir, del ingreso, por lo tanto, del trabajo. Para entender esto último hay que tener en cuenta que el ser humano trabaja, no a cambio de una determinada cantidad de dinero, sino a cambio de una determinada cantidad de bienes y servicios, que, en una economía basada en el intercambio indirecto, se obtiene por medio del dinero. Pero lo importante no es el dinero, sino los bienes y servicios con los que el ser humano satisface sus necesidades. La única necesidad, que de manera directa, satisface el dinero, es la necesidad de facilitar el intercambio, siendo que el intercambio indirecto, por medio del dinero, es mucho más fácil, y por ello más eficiente, que el indirecto, el trueque.

Una vez que el poder político controla el dinero se establece, entre el emisor del dinero (el poder político, encarnado en la autoridad monetaria) y los generadores de ingreso monetario (oferentes de factores de la producción y de bienes y servicios de consumo) un contrato, al que con toda propiedad podemos llamar contrato monetario, por el cual la autoridad monetaria se compromete a preservar el poder adquisitivo del dinero o, lo que es lo mismo, el poder de compra del trabajo humano que, como lo dije, se realiza a cambio, no de una determinada cantidad de dinero, sino de un determinado conjunto de bienes y servicios. La pregunta es si el sistema monetario actual – dinero fiduciario, ofrecido monopólicamente por el Estado, e impuesto por ley a la circulación como única moneda de curso legal -, es el que mejor garantiza la preservación del poder adquisitivo del dinero, de los ingresos monetarios, del trabajo. Cavallo dice que ese contrato garantiza que cada peso tenga, mañana, el mismo poder adquisitivo que tiene hoy, lo cual no es cierto. Ese contrato, el monetario, debe garantizar que el poder adquisitivo de una unidad monetaria, mañana, sea el mismo de hoy. Pero eso es lo que el poder político no ha garantizado. ¿Por qué? Porque de entrada no se trata, estrictamente hablando, de un contrato, ya que el mismo supone la voluntariedad de las partes, siendo que el contrato monetario es impuesto, de manera unilateral, por uno de los “contratantes” (el poder político) no quedándole al otro (los agentes económicos) más que su aceptación o el regreso al trueque.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.