A Harold Skimpole, personaje de la novela Casa desolada, de Dickens, y según Dickens, nadie debe negarle lo que todo el mundo le concede a las mariposas: la libertad. Las mariposas son libres, afirma Dickens, y confiesa que lo único que pide es ser libre, petición y afirmación que sirven para hacer una breve, pero pertinente, reflexión en torno a la libertad.

Primero. No tiene ningún sentido que la persona pida ser libre, dado que es libre, no pudiendo ser de ninguna otra manera. A partir de cierta edad la persona tiene desarrollada la capacidad para decidir, elegir y actuar en consecuencia. Ese tener esa capacidad es algo más que un tener: es la manera de ser propia del ser humano, a la cual no puede renunciar. La persona no tiene libertad, la persona es libre (que no es lo mismo que decir que es la libertad), en el sentido de que tiene esa capacidad para decidir y elegir, y para actuar en consecuencia,… cuando las circunstancias lo permiten.

Cuando las circunstancias lo permiten, es allí, en el ámbito de las circunstancias, en donde encontramos las trabas para el ejercicio de la libertad, que incluye, no solo la decisión y la elección, sino también la acción, que deberá de llevarse a cabo según lo decidido y lo elegido, acción que puede ser prohibida por alguien (un dictador) o por algo (una ley), prohibición que nunca puede aplicarse a la decisión y elección, sino solamente a la acción, surgiendo entonces el problema: tengo la capacidad para decidir y elegir, pero dado que lo decidido y/o elegido está prohibido por alguien o por algo, no puedo llevarlo a cabo por medio de la acción. El dictador y/o la ley pueden prohibir determinadas decisiones, elecciones y acciones, pero solamente son eficaces, en ciertos casos, para evitar las acciones, no las decisiones y elecciones. Esta es la razón por la cual muchas prohibiciones, justas o injustas, fallan.

La decisión (sí o no) y la elección (esto o aquello) son el primer paso. La acción (intentar hacer realidad lo decidido y elegido) es el segundo, y sin el segundo, que puede ser prohibido por alguien o por algo, el primero no tiene sentido, lo cual conduce a la frustración (no puedo intentar lo que he decidido y elegido) y a la rebelión (eliminaré lo que me impide pasar de la decisión y elección a la acción), rebelión que solo es posible a partir de la libertad: decidimos rebelarnos y elegimos la manera de hacerlo.

Segundo. Las mariposas no son libres. Pueden tener, en el sentido aristotélico del término, apetitos (querer), pero no voliciones (querer conscientemente). Ser libre supone querer conscientemente, de tal manera que es la persona la que domina su querer y no el querer el que domina a la persona, tal y como sucede con los vicios: hay algo (un cigarro) que domina a alguien (el fumador), alguien (persona) que no puede rechazar ese algo (cosa). La cosa domina a la persona, quien puede decidir y elegir no caer en el vicio, pero quien no puede actuar en consecuencia, teniendo con el vicio el caso en el cual no es un dictador o una ley lo que prohíbe una acción, sino una cosa la que la provoca, al margen de la decisión y la elección de la persona, quien no tiene la capacidad para no actuar de manera viciosa.

Libertad: decidir (sí o no), elegir (esto o aquello), actuar (intentar la realización de lo decidido y/o elegido), actuación que solo debe tener un límite: el respeto a los derechos, ¡que realmente lo sean!, de los demás, límite que debe ser decidido por cada quien, consistiendo en ello el primer paso, y el más importante, en el buen uso de la libertad: autodeterminación a favor del respeto a los demás.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.