Cada vez que escucho que alguien habla de ‘aumentos injustificados’ de precios, me queda claro que no entiende ni de libertad ni de mercados.
La frase de Barba da para escribir una tesis doctoral, sobre un tema tan importante, y tan mal entendido, inclusive por muchos economistas, como es el de los precios. Por motivos de espacio debo limitarme a un par de comentarios.
En el mercado, es decir, en la relación de intercambio entre compradores y vendedores, se presentan intereses encontrados: al comprador le interesa comprar al menor precio posible; al vendedor vender al mayor posible. El precio que le interesa al comprador es cero. El que le interesa al vendedor infinito. Como el precio no puede ser ni cero (a ese precio no hay quien ofrezca) ni infinito (al mismo no hay quien compre), el mismo debe ubicarse en una franja intermedia (esto hace referencia a la banda de fluctuación de los precios), determinada en su límite superior por el precio máximo que el consumir está dispuesto a pagar, y en su límite inferior por el precio mínimo al cual le conviene vender al oferente para no incurrir en pérdidas. Cualquier precio dentro de los límites de la banda de fluctuación es un precio de equilibrio, y cualquier movimiento dentro de dichos límites no genera, ni escasez, ni sobreoferta. En este sentido está justificado.
Todo oferente tiene el derecho (estamos hablando tanto del derecho a la libertad como del derecho a la propiedad) de ofrecer su producto al que considere el máximo precio posible, es decir, al máximo precio al que el demandante está dispuesto a comprar, y obviamente que ese es el precio al que le conviene ofrecer: por debajo no gana todo lo que podría ganar, por arriba no vende absolutamente nada. El derecho de propiedad es el derecho a la libertad para usar, disfrutar y disponer de lo que es de uno, de la manera que más le convenga a uno. Entre estas libertades se encuentra la de ofrecer en venta lo que es de uno, libertad que implica ofrecerlo al precio que uno considere adecuado, libertad del oferente que tiene como contrapartida la libertad del demandante para comprar o no comprar. Lo que justifica cualquier alza de precios es el interés del oferente de vender al mayor precio posible. Es el primer tema señalado por Barba: el de la libertad. Quien no entiende esto no entiende de libertad, de respeto a la libertad.
Supongamos que al oferente se le pasó la mano y ofrece a un precio superior al precio máximo que el demandante está dispuesto a pagar, razón por la cual no vende. En este caso sí se trata de un aumento injustificado de precio, pero no porque algún burócrata gubernamental así lo determine, sino porque, a ese precio, el consumidor no está dispuesto a comprar, consumidor que, en materia de precios, es quien tiene la última palabra. Y tan es un aumento injustificado de precios que los consumidores, al no comprar, y por ello al generar sobreoferta, obligan al oferente a bajarlo. Lo obligan a corregir su error.
Otra posibilidad es que, ante una contracción de la oferta y/o expansión de la demanda, que genera escasez, el oferente se vea obligado a aumentar el precio, como la única manera, a corto plazo, de racionar el mercado, es decir, de corregir la escasez, aumento de precio que, en tales condiciones, resulta total y absolutamente justificado. No entenderlo así es no haber atendido nada de economía. Se trata del segundo tema apuntado por Barba: el del funcionamiento del mercado, que requiere, para que no haya ni escasez ni sobreoferta, ambas situaciones antieconómicas, que los precios se muevan libremente según los cambios en la oferta y/o la demanda. Quien no entiende esto no entiende de economía, ¡ni tampoco de libertad!
Por ello, pongamos el punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.