Desde la perspectiva del Papa, ¿qué pasaría si se terminara con la pobreza? ¿Quién nos facilitaría el acceso al Cielo? ¿Qué pasaría con el tesoro de la Iglesia? ¿Quiénes nos mostrarían esa riqueza que no se devalúa nunca, el amor, y que solo los pobres son capaces de mostrar?

Sin duda que los pobres nos imponen la obligación moral de practicar la virtud de la beneficencia, obligación moral que ojalá no existiera, para lo cual sería necesario erradicar la pobreza, algo a lo que, considerando los efectos de la pobreza sobre la vida y dignidad del ser humano, toda persona debe aspirar.

Lo correcto es que todo ser humano disponga de los bienes y servicios necesarios para poder satisfacer adecuadamente sus necesidades básicas, aquéllas que, de quedar insatisfechas, atentan contra su vida, salud y dignidad, y que disponga de ellos, no porque alguien, ya sea el gobierno redistribuyendo el ingreso, ya una persona practicando la beneficencia, se los haya proporcionado, sino porque, gracias a su trabajo, los consiguió por sí mismo.

En materia de pobreza el reto no es solo aliviar su efecto, la falta de satisfactores, y por lo tanto las necesidades insatisfechas, sino su causa, la incapacidad para, gracias al trabajo propio, generar ingreso suficiente que permita comprar, en la cantidad, calidad y variedad adecuadas, los bienes y servicios necesarios. Lo primero puede lograrse, ya sea con el gobierno redistribuyendo el ingreso, ya con alguien practicando la beneficencia, pero lo único que se consigue es aliviar los efectos de la pobreza, no eliminar su causa, por lo que se deberá de recurrir una y otra vez, o a la beneficencia de las personas, o al gobierno redistribuidor del ingreso, lo cual no hace más que perpetuar un círculo vicioso, que alivia los efectos de la pobreza, pero no elimina sus causas.

Volviendo a la frase del Papa podrá argumentarse que se refiere a los pobres de espíritu, tal y como lo hizo Jesús al enunciar las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mateo 5:3), entendiéndose por pobres de espíritu a quienes carecen, en mayor o menor grado, pero siempre y por siempre en alguno, de las virtudes teologales y los tesoros celestiales, con relación a los cuales, dada la imperfección del ser humano, cuya naturaleza está dañada por el pecado original, siempre se estará en estado de pobreza y, por lo tanto, de perfeccionamiento.

¿A qué pobreza se refiere el Papa en su frase? Si se refiere a la pobreza de espíritu, la misma de la que habló Jesús, ¿por qué no lo dijo expresamente? Si se refiere a la pobreza sin más (y no olvidemos que lo dijo el día de la Jornada Mundial de los Pobres, y no precisamente de espíritu), lo dicho resulta falto de tino: la pobreza de unos como medio para el perfeccionamiento de otros. Como lo señala Othmar K. Amagi: “En la pobreza no hay nada de meritorio, mucho menos de digno, por más que el pobre requiera de dignidad y mérito para dejar de serlo”.

Por último, ¿solo los pobres son capaces de mostrarnos la riqueza que no se devalúa nunca, el amor? Quienes no lo son, ¿no?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.