El comerciante y el guerrero; es decir, el que intercambia y el que roba; es decir, el que convence y el que vence; es decir, el que beneficia y el que perjudica; es decir, el que suma y el que resta; es decir, el que multiplica y el que divide; es decir, el mensajero de la civilización y el heraldo de la barbarie; es decir, aquel cuyo juego suma positivo y aquel cuyo pasatiempo suma negativo; es decir, aquel cuya labor se basa en la ética y aquel cuya faena es una inmoralidad; es decir, aquel que es tesis y aquel que es su antitesis, sin posibilidad de síntesis. El comerciante, que actúa a favor de la vida, y el guerreo que actúa en pro de la muerte. El comerciante, cuya tarea se basa en la libertad, y el guerrero, cuya labor se basa en la esclavitud.

El comerciante y el guerrero representan, en mucho mayor de la que por lo general imaginamos, a los dos principales protagonistas de la historia humana: el que respeta la propiedad, y por lo tanto la libertad de los demás, y quien viola ambas. No hay que olvidar que la propiedad es la condición de posibilidad de la libertad, de tal manera que limitar o eliminar la primera da como resultado limitar o eliminar la segunda. Libertad y propiedad son dos caras de la misma moneda, y no hay manera de violar una sin violar la otra.

Retomo la idea: el comerciante y el guerrero representan, en mucho mayor medida de la que por lo general imaginamos, a los dos principales protagonistas de la historia humana: el civilizado y el bárbaro, es decir, el que respeta los derechos de los demás y el que los viola (obligando, dicho sea de paso, a que, en legítima defensa, el agredido se vuela guerrero, ¡en legítima defensa!, pero guerrero al final de cuentas).

El primero es quien sabe que la única manera ética de conseguir lo que necesita, y que de entrada es propiedad de alguien más, es ofreciendo algo a cambio, respetando por ello la propiedad y la libertad de los demás, respeto que es la esencia de la vida civilizada. En este sentido todos somos comerciantes, no solamente quienes, por lo general, son identificados como tales.

El segundo es quien cree que la única manera, obviamente no ética, de conseguir lo que quiere es tomándolo por la fuerza, sin ofrecer nada a cambio, violando la propiedad, y por ello la libertad, de los demás, violación que es la esencia de la barbarie, misma que está más extendida, ¡mucho más!, de lo que se cree, y muestra de ello son todos los gobiernos cuya principal tarea es redistribuir, es decir, quitarle a unos para darle a otros, sin olvidar que hoy gobernar se ha vuelto sinónimo de redistribuir, razón por la cual los gobernantes encarnan, con una eficacia que ya la hubieran querido aquellos, a los guerreros o, para nombrarlos de manera más puntual, a los piratas, a los que se dedican a tomar lo que no es suyo, ¡independientemente de para qué lo tomen!, toma cuyo objetivo puede ser, desde ayudarse a sí mismos, hasta ayudar a los demás, piratería altruista, ésta última, que no por ser lo que señala el adjetivo – altruista -, deja de ser lo que apunta el sustantivo – pirata -, piratería que además de altruista puede ser legal, segundo adjetivo – legal -, que no le quita un ápice de sentido al sustantivo – piratería -, que es, tal y como lo afirma el diccionario, “robo o destrucción de los bienes de alguien”.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.