Muchos se preguntarán, y si un burócrata no tiene favores que vender, ¿cual es su razón de ser?, lo cual me lleva, para empezar, a la definición de burócrata, que según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, es la “persona que pertenece a la burocracia, clase social de los empleados públicos”, siendo que la burocracia es el “conjunto de funciones y trámites destinados a la ejecución de una decisión administrativa, principalmente de carácter político”, pero también la “influencia excesiva de los empleados públicos en los negocios del Estado” y, agrego yo, en los negocios de los particulares, dominio abusivo de los empleados gubernamentales en los asuntos de los particulares al que, con toda propiedad, podemos llamar burocratización, fenómeno que ha alcanzado dimensiones incompatibles con el respeto a la libertad individual y a la propiedad privada, respeto que muchas veces debe comprarse, compra por la cual el ciudadano le paga al burócrata, quien entonces puede actuar de manera negativa - no haciendo algo que perjudicaría el ciudadano -, o positiva - haciendo algo que lo beneficia -, siendo que en ambos casos se trata de corrupción, cuyo origen está en el desmedido poder del burócrata frente al ciudadano, burócrata que más que ser el servidor del ciudadano termina sirviéndose del ciudadano, con el fin de aumentar, de manera meta legal, sus ingresos.

El poder del burócrata (algo muy distinto a su derecho), tiene su origen en la facultad de facilitarle o complicarle la vida al ciudadano, lo cual a su vez tiene su causa en la concepción del gobierno, no como el poder encargado de hacer valer los derechos de la persona, sino como el encargado de ordenar (en el doble sentido de acomodar y mandar) la vida de los ciudadanos, si no en su totalidad, sí en muchas de sus facetas. ¿El resultado? La burocratización de la vida, comenzando por la actividad de los empresarios, a quienes, desde esta visión del gobierno ordenador (acomodador y mandante, y mandante por acomodador), no se les puede, ni dejar hacer, ni dejar pasar, razón por la cual hay que limitar, y en muchos casos eliminar, sus actuaciones, todo ello en contra de la libertad individual y la propiedad privada, principales enemigos de la burocracia, sobre todo si se trata de la libertad y la propiedad de los empresarios, empresarios que, ¡cuando realmente lo son!, resultan la antítesis de los burócratas.

Dos son las ocasiones que dan pie a la compra de favores de los empresarios a los burócratas. La primera, cuando lo que hay que comprar es la eliminación de un obstáculo, impuesto por la burocracia a manera de trámite, permiso, licencia, autorización, sin el cual la actividad empresarial no debe llevarse a cabo, y cuya obtención legal resulta, comparada con su obtención meta legal, muy cara. La segunda, cuando lo que hay que comprar es el otorgamiento de un privilegio, que la burocracia puede dispensar a manera de ayuda, protección, subsidio o concesión monopólica, todo lo cual limita o elimina la competencia que enfrenta el empresario que lo compra.

Llegados a este punto se puede argumentar que desde el momento en el cual se trata de una compra – venta entre el empresario y el burócrata, ambos ganan, ¡tal y como sucede con cualquier intercambio!, razón por la cual cualquier crítica a la misma sale sobrando. Y es cierto: en cualquiera de los dos casos – la compra - venta de la eliminación de un obstáculo y la venta - compra del otorgamiento de un privilegio -, tanto el empresario como el burócrata ganan, pero sin olvidar que, al final de cuentas, lo que el empresario está comprando es el uso, a su favor, del abuso del poder del burócrata, abuso que tiene su origen en la concepción del gobierno como un poder que, además de hacer valer los derechos de la persona, es el encargado de ordenar sus vidas, si no en su totalidad, sí en muchas de sus facetas, tal y como sucede, sobre todo, con la vida del empresario.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.