¿Cuántos programas de gobierno, con su causa eficiente: el correspondiente impuesto para financiarlo, no comenzaron con la intención de ser temporales? Es más, ¿qué todo programa gubernamental que implique algo más que garantizar la seguridad contra la delincuencia e impartir justicia, no debe ser temporal? ¿No es la temporalidad del programa gubernamental la que mide su éxito o su fracaso?

Por ejemplo: los programas gubernamentales para combatir la pobreza. Combatir la pobreza debe tener como objetivo dotar a las pobres de los conocimientos y habilidades necesarias para que, por medio de un trabajo productivo, sean capaces de generar un ingreso que les permita, por lo menos, satisfacer sus necesidades básicas. En la medida en la que ese combate, llevado a cabo por medio de algún programa gubernamental, tenga éxito, y por lo tanto un mayor número de gente salga adelante por sí misma, sin la ayuda del gobierno, el programa gubernamental de ayuda a los pobres tenderá a desaparecer hasta que, el día que cada cual sea capaz de valerse por sí mismo, dicho programa no tendrá razón de ser, al menos desde el punto de vista de los supuestos beneficiarios, los pobres.

Y considero a los pobres como supuestos beneficiarios, entendiendo por ello únicos beneficiarios, porque en cualquier programa gubernamental siempre hay dos grupos de beneficiarios: aquellos a quienes se pretende beneficiar con el programa (en el ejemplo los pobres) y aquellos que, al operarlo, se benefician del programa (en cualquier ejemplo los burócratas), de entrada por aquello de que el que parte y reparte se lleva la mejor parte. Este último beneficio es el que explica por qué programas gubernamentales que deberían ser temporales se vuelven permanentes y, lo que es peor, cada vez más costosos. ¿Para quién? Para el contribuyente.

Eso, permanencia y costos cada vez mayores, es lo que pasa, sobre todo, con los programas de asistencia gubernamental para los pobres, programas que no solamente no tienen para cuándo desaparecer, sino que año tras año acaparan una mayor porción de lo recaudado entre los contribuyentes, con el pretexto de que los pobres requieren, año tras año, de más ayuda, lo cual, de ser cierto, debería de llevarnos a preguntarnos por su eficacia (de los programas) en el combate contra la pobreza. Si la ayuda a los pobres demanda un porcentaje cada vez mayor del presupuesto gubernamental, ¿realmente se está avanzando en la lucha contra la pobreza? ¿La medida del éxito de esos programas no es la contraria?

Para entender por qué los programas gubernamentales, aunque en su origen hayan sido concebidos como temporales, terminan siendo, en la mayoría de los casos, permanentes, hay que tener presente que de los mismos se benefician, en primera instancia, los burócratas encargados de administrarlos, programa del cual depende su trabajo y, por ello, su ingreso, con todo lo que ello significa, razón por la cual lo defenderán como si de él dependiera la redención de la patria.

En segundo lugar hay que tener presente que, para que el programa gubernamental perdure, el gobierno no tiene que convencer a nadie (por ejemplo: un consumidor) para que, voluntariamente, financie su permanencia, ya que, para conseguir esto último, le basta con cobrar impuestos, es decir, le alcanza con obligar a que el contribuyente le entregue una parte del producto de su trabajo, poder para cobrar impuestos que no hay que olvidar a la hora de preguntarnos por qué los programas del gobierno, que se iniciaron con la intención de que fueran temporales, terminan siendo, en muchos casos, permanentes: porque si los gobernantes quieren, dado que cobran impuestos, los gobernantes pueden.

Por ello pongamos el punto sobre la i.