Vociferante opinión en asuntos económicos es la que, por lo general, tienen desde empresarios hasta periodistas, desde intelectuales hasta legisladores, sin olvidar, ¡desgraciadamente!, a más de un economista, desde los marxistas hasta los keynesianos, vociferantes opiniones en la materia que, en el caso de los mentados economistas, han dado logra a pésimas políticas económicas, sobre todo monetarias, fiscales, comerciales e industriales, que han sido las causas de crisis económicas que les han costado muy caro a millones de seres humanos, sobre todo en términos de bienestar.

En economía, lo que parece lógico, bien analizado, resulta no serlo, y ejemplos abundan, siendo el más famoso el de la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, que vale la pena recordar. Según la teoría de las ventajas absolutas, defendida por Adam Smith, si un país es capaz de producir todas las mercancías a menor costo que el resto de las naciones no le conviene, dado que nadie es capaz de ofrecerle mercancía alguna más barata de lo que él es capaz de producirla, establecer relaciones comerciales con ningún país, por lo que la mejor opción es la autarquía. La teoría de las ventajas absolutas suena lógica, parece correcta, y así lógica y correcta sonó y pareció a los economistas, hasta que llegó David Ricardo y apuntó que la mentada teoría es correcta solamente en un caso, que más que la regla es la excepción. Ricardo apuntó que solamente en el caso de que un país sea capaz de producir todas las mercancías más baratas que el resto del mundo, ¡y hacerlo en todos los casos en la misma proporción!, no le conviene comerciar con nadie más, existiendo ventaja en dicho comercio en el caso de que produzca todo a menor costo que los demás, ¡pero no en la misma proporción!, tal y como sucede en todos los casos. Hasta donde sé nunca ha habido un país capaz de producir todo a menor costo que el resto de las naciones y hacerlo, además, en la misma proporción, razón por la cual sí existe la posibilidad de que un país con la ventaja en la producción de todo, siempre y cuando esa ventaja no sea la misma en todos los casos, se beneficie del comercio con otras naciones, otras naciones que, obviamente, también se beneficiarán.

Explicar por qué ello es así, es decir, exponer, aunque fuera de las manera más sencilla y corta posible, la teoría ricardiana de las ventajas comparativas, es una tarea que sobrepasa los límites de este escrito, pero su contraparte, la teoría smithiana de las ventajas absolutas, es una buena muestra de que en economía aquello que de entrada suena lógico y parece correcto, bien analizado, no lo es, y el no serlo, pero ser reconocido como si lo fuera, da lugar a las vociferantes opiniones en materia de economía, de entrada, ¡entre muchos economistas!

Buenas muestras de esas opiniones vociferantes las encontramos en las reglas del juego que, en materia económica, dictan los legisladores, todos partiendo de la más vociferante de esas opiniones: la creencia de que la aplicación de esa regla, dictada y promulgada por ellos, cuya intención general es modificar los resultados de los intercambios a los que voluntariamente llegaron los agentes económicos, puede dar mejores resultados que aquellos a los que libremente llegaron oferentes y demandantes, opiniones vociferantes que tienen su origen, lo sepan o no quienes las defienden, en interpretaciones de la actividad económica de las personas de inspiración desde marxista hasta keynesiana, keynesianismo y marxismo que, tal vez tras bambalinas, y probablemente sin identificarse como tales, siguen vigentes, más el primero que el segundo, pero vigentes ambos, con su posibilidad de hacer daño, tal y como lo han hecho en los Estados Unidos.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.