Llama la atención la frecuencia con la que la libertad genera desde desconfianza hasta temor, sobre todo si se trata, ¡obviamente!, de la libertad ajena, que no pocas veces causa, en terceros, la tentación, y muchas veces el intento, de someterla. Esa desconfianza y temor, esas tentaciones e intentos, se generan, sobre todo, entre legisladores y gobernantes, quienes legislan y gobiernan como si todo abuso de la libertad fuera un delito (siendo que los abusos delictivos de la libertad son la excepción, no la regla), por lo cual la eliminan, limitan o amenazan, en casos en los que deberían reconocerla y garantizarla.

¿Cuál es el único caso en el cual se justifica que las leyes prohíban determinadas acciones, y que los gobiernos castiguen a quienes las llevan a cabo, limitando así la libertad de la persona? El caso en el cual esas acciones atentan contra la vida, la integridad física, la libertad y la propiedad de los demás. Solamente en ese caso se justifica la prohibición legal y el castigo gubernamental, lo cual quiere decir que en cualquier otro las leyes y los gobiernos abusan de su poder, violando la libertad, por suponer que el ser humano puede abusar de ella, siendo que no se trata de una suposición sino de una certeza: el ser humano abusa de su libertad, usándola de mala manera, no solamente contra los demás (abuso que las leyes y los gobiernos deben prohibir y castigar), sino también en contra suya, abuso que leyes y gobiernos deben permitir, ¡por respeto a la libertad!, con todo lo que ello supone.

¿Qué sucede cuando el gobierno, además de ser tal, y como tal prohibir y castigar el daño que uno le hace a otro, pretende ser ángel de la guarda y, como tal, preservarnos de todos los males, comenzando por aquellos que podemos hacernos a nosotros mismos, lo cual abarca desde comer más de la cuenta, sumándole así al sobrepeso, hasta leer ciertos escritos, ¡que pueden desviarnos del buen camino, pasando por el consuno de sustancias adictivas - tabaco, alcohol, drogas, etc. -, que, más allá de ciertos límites, atentan contra la salud y la vida del ser humano. Lo que sucede es que, al margen de lo buenas que puedan ser sus intenciones, el gobierno viola nuestra libertad, violación que siempre es más grave que el daño que podamos hacernos abusando de ella, abuso que la convierte en libertinaje, es decir, en el uso desenfrenado de la misma.

El hecho es que, aunque la mayoría de la gente no sea consciente de ello, y tal vez por ello, leyes y gobiernos eliminan, limitan y amenazan la libertad, en casos en los que no se justifica, creando problemas más graves que los que se querían resolver: queriendo resolver la drogadicción, prohibiendo el comercio de drogas, se crea un problema más grave, el narcotráfico, que a su vez agrava el primero, la drogadicción, y todo ello por una razón muy sencilla: la libertad siempre encuentra su camino, sobre todo cuando de los vicios se trata, tal y como nos lo enseña la historia, de la cual, legisladores y gobernantes, no aprenden.

El ser humano hace mal uso de su libertad, pero no siempre el resultado es un delito, es decir, un atentado contra los derechos de los demás, únicos malos usos de la libertad que las leyes y los gobiernos deben prohibir y castigar, permitiendo todos los otros malos usos de la libertad, desde los vicios (atentados contra la salud y la vida de uno mismo) hasta los pecados (atentados contra la ley de Dios).

El único abuso de la libertad que las leyes deben prohibir, y los gobiernos castigar, es el delito, definido como la violación del derecho de los demás, siendo esa prohibición el fundamento de la convivencia civilizada. Cualquier prohibición o castigo a cualquier otro abuso de la libertad es un abuso del poder gubernamental, algo habitual por la razón ya expuesta: la libertad genera desconfianza y temor, y por ello el intento de someterla.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.