El 22 de junio mi artículo se tituló El candidato del panzazo y analicé la triste historia académica del paso de López Obrador por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, de la que fue “fósil” por 14 años, tronó 17 materias y las demás las pasó de panzazo (Ver http://www.asuntoscapitales.com/articulos/articulos.asp?id=2&ids=2&idss=25&ida=981).

En ese texto omití describir lo que sí aprendían los extremistas de entonces en un ambiente de pésimo nivel académico pero de arrobada alteración ideológica: las tácticas para coger las instalaciones de escuelas y universidades, convertirlas en su residencia y proceder a chantajear a las autoridades para resolver agravios que las más de las veces eran ficticios.

La gran mayoría de los capitalinos no fueron estudiantes en la UNAM en la misma época que el demagogo e ignoran, por lo tanto, la génesis y evolución de los movimientos estudiantiles de entonces, hoy trasladados a las calles de la ciudad. A continuación intento sintetizar su evolución y lo que pueden esperar.

·         Asambleas informativas. Los revoltosos empiezan por identificar un asunto, la “violación de la autonomía” por ejemplo, a partir de algún incidente menor como la entrada de una patrulla policíaca al campus universitario en persecución de un delincuente refugiado allí. Suspenden las clases por la fuerza y llaman a asambleas fácilmente manipulables para “informar” de los hechos. Los agitadores imponen un “pliego petitorio” a asambleístas y autoridades.

·         Asambleas permanentes. Como las exigencias de los revoltosos incluyen siempre algunas que son inaceptables, y ellos lo saben, el siguiente paso es declarar el cierre definitivo de los planteles y la “asamblea permanente” que se erige como el mando máximo del movimiento. Estas reuniones son ejemplares del carácter autoritario y antidemocrático del proceder de los agitadores que nunca aceptan sugerencias del pleno o desviarse del guión elegido para sus acciones. Quienes apoyan el movimiento son sólo la carne de cañón de sus líderes.

·         Crece el pliego petitorio y se amplían las acciones de resistencia. Como la autoridad no cede frente a exigencias inaceptables los revoltosos ponen más condiciones para abandonar las instalaciones tomadas. Ello no basta, sin embargo, por lo que salen del campus a “volantear y botear” –entregar propaganda impresa a la gente y pedirle donativos para el movimiento. Estos actos con frecuencia incluyen cerrar vialidades y amagar automovilistas y traseúntes que no muestren simpatía con “la causa.”

·         Provocaciones. Como es frecuente que la autoridad actúe con cautela pues a partir de lo ocurrido en 1968 existe una profunda confusión entre lo que significa imponer el cumplimiento de la ley a quien la viola, por una parte, y “reprimir” protestas, por la otra, la escalación del movimiento requiere de provocaciones de violencia creciente para ver hasta dónde pueden llevarlo con impunidad. Tales prácticas incluyen tomas de vehículos y edificios públicos, y el secuestro de sus ocupantes. Por supuesto que quienes cometen los delitos no son los líderes, casi siempre unos cobardes embozados detrás de la masa de sus seguidores.

·         Fabricar mártires. Siempre ayuda al movimiento tener uno o varios muertitos que ofrecen excelente oportunidad para denunciar la brutalidad de las autoridades represoras y permiten hacer buenas fotos que la prensa nacional y extranjera reproduce puntualmente. En ese momento, el movimiento eleva sus demandas y exige la renuncia de un alto funcionario público, el jefe de la policía, el gobernador o hasta el Presidente.

López Obrador sigue puntualmente el guión de lo único que aprendió como estudiante y aplicando el verdadero oficio que conoce a fondo, el de agitador social. La pequeña diferencia es que su pliego petitorio hoy demanda que se le entregue el país y para forzar a que así ocurra mantiene raptada a la ciudad de México. ¿Hasta cuándo?