Cuidado con que “de una manera o de otra”, porque cuando el fin justifica los medios, los que se quedan en medio pagan el pato.
López Obrador manifiesta su
verdadero propósito político ahora que se lanza a la… ¿insurrección? No: a la “purificación”
de la vida pública; a “transformar las instituciones”, “de una manera o de otra”.
Suena absurdo: traiciona a los
capitalinos que lo hicieron ser quien es. Arruina la carrera política de su
sucesor. Desilusiona a millones de sus votantes. Su poco
civil resistencia arroja millonadas de capital político a la basura. Desdeña a su
partido, pues las decisiones las toma él. El PRD recobra su imagen de rijoso,
violento, conflictivo. Pone en peligro sus posibilidades a futuro y las de su
partido. Pero lejos de rectificar, se radicaliza. ¿Se ha vuelto loco?
No. Lo absurdo adquiere sentido si
se deja de pensar en él como político partidista.
Su futuro no está en la democracia
partidaria, los votos o las instituciones. El PRD ya le dio todo; puede dejarlo
a su suerte. Y es demasiado impaciente para, al prudente estilo de Cuauhtémoc Cárdenas, esperar al 2012. Los meses o años son
demasiado para quien quiere el poder ya, sin dejar ni un minuto la plaza, la
arenga y los reflectores.
Hoy dice que defiende una
presidencia que la democracia no le dio, pero en realidad está en la
insurrección (¡perdón! la purificación).
Desde el 2 de julio sabe que tuvo
menos votos. Sabe que el IFE (con sus fallas y defectos) no le hizo fraude.
Sabe que por la ley no ganará la presidencia. Sus actos y acusaciones tienen
por objetivo darle espacio y tiempo para una lucha política a su estilo: en la
plaza pública, la arenga, la agitación, la acusación, el odio al enemigo, las
ansias de desquite.
Su resistencia “civil” le permite:
1.
Dar a sus huestes entrenamiento en activismo social: primero
viviendo en carpas, luego obstruyendo edificios y carreteras, y al final,
atreviéndose después a actos más fuertes, peligrosos y violentos; en la ciudad
y en el resto del país.
2.
En el curso de esas acciones, ir identificando
incondicionales que no teman los catorrazos serios, dispuestos a todo, y que
prueben su lealtad al jefe. Los reprobados irán yéndose a su casa. O al PRD.
Sus seguidores lo van dejando
conforme se radicaliza. Lo abandonarán los de a pie, y también los que se irán
a curules y gabinetes. Son prescindibles, si no
aguantan el fragor de la pelea de a de veras. Varios lo siguen por miedo a que
les guarde la cartilla a futuro, pero hasta de esos se irá “purificando”
conforme integre sus camisas pardas (sus fuerzas de asalto).
¿Qué es entonces el plantón de Reforma?
Un ejército de reclutas en curso de prueba, selección, ejercicio y
capacitación.
Lo anterior parece digno de un
estratega, pero López Obrador no lo es. Es un táctico. Es impaciente, de mecha
corta; diseña sus acciones a cortos plazos. Su pretendida genialidad no es una
preclara inteligencia (de la que carece) sino una marcada astucia, que no es lo
mismo. Una extraordinaria sensibilidad para captar los ánimos populares y
capitalizar lo que comparte con los radicales: agravios, odio, ansias de venganza.
Y sigue sus instintos implacablemente, encima de lo que sea, con arrojo y
temeridad.
Tampoco tiene mayor prurito moral si
a ojos vistas traiciona a sus seguidores, a su partido, a sus bases, a sus
votantes; y viola su palabra empeñada.
Cuidado con que “de una manera o de
otra”, porque cuando el fin justifica los medios, los que se quedan en medio
pagan el pato: quien no está con él, está contra él. Son “nuestros
adversarios”. Son los que “se van a amolar”: comenzando por los que no lo sigan
en sus prácticas radicales, y acabando con un presidente “espurio” a quien
(apoyado por pocos incondicionales) no dejará gobernar.
EntrarTanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.